Consideraciones lacanianas — vía Sucitrep Osat






















Militante del partido del síntoma, como decía uno de sus comentadores, Lacan tiene una fórmula para expresarlo. Utiliza la letra sigma del abecedario griego: (Σ)
El síntoma, o Σ, se expresa en el saber, que es equivalente al inconsciente, escrito (Icc), pero no es justamente el saber el síntoma. Hemos de distinguir que el síntoma es aquello que dice el sujeto (este es el término que corresponde al lacanismo) de lo que no dice. Lo que dice es su objeto, su particularidad y lo dice a través de su inconsciente. El orden de lo sexual no corresponde a ninguna consideración biológica de género; la sexuación a la que se refiere Lacan se refiere a los objetos cargados de libido, donde se expresaría el síntoma de este sujeto. 


En el orden del saber, —el inconsciente, que también lo tiene propio el sujeto—, se expresa el ordenador primario representado por la letra φ o Fi, que es un número áureo, y además de ser, tomado de las matemáticas y tener otras aplicaciones, su uso es meramente metafórico, enseñante en Lacan. Este número áureo o de divina proporción representa el avatar fálico, el ordenador de la realidad para el sujeto y en referencia a lo áureo establece una proporción con la realidad biológica que lo hace si no arbitrario o caprichoso, contingente. Esto es, pudiera ser otro el orden de las cosas, pero el orden de las cosas tiene, además de su contingencia, su condición de posibilidad por ello no es meramente caprichoso. También el número φ representa al conjunto vacío y se verá que estas connotaciones —meros accionares del significantes las de las connotaciones— hacen más claro lo que quiso decir Lacan. 


Este saber del inconsciente es un saber que no se sabe, de ahí la acepción encore (en cuerpo) del seminario XX, famoso seminario; esto es, un saber que no se corporiza, y para utilizar el juego nietzscheano, un conocimiento que no se hace intuitivo. De modo que tenemos por un lado los saberes y por el otro los conocimientos. Estos tienen un agregado, el que se vuelvan intuitivo. Así se puede ver al sujeto que se representa con una S barrada, ya que el sujeto está atravesado de saberes que no hacen en el cuerpo, que no son intuitivos, y que son puras inmisiones, o simplemente podemos decir emisiones y que condicen en su manifestación con el síntoma. 


Como saber que es, en la visión de Foucault, el inconsciente tiene un régimen de deber y este deber es en Lacan traspolado o intercambiable por el deseo. Se considera bien llamarle Deseo con mayúsculas en consideración a su importancia ordenadora. La realidad psíquica, entonces, el avatar fálico, tiene deberes que se imponen al sujeto en modo de deseos, pero el sujeto a su vez tiene pretensiones que están fuera de estos Deseos de la estructura. Esto explicaría el por qué de las desviaciones, de los problemas psíquicos, de la incapacidad de igualdad de los sujetos, de la normalización. 


Se suele decir que el sujeto no tiene deseos sino que el Deseo tiene al sujeto, incluso se puede decir que el sujeto en tanto que semánticamente eso refiere sujeción, el sujeto sujeto, el Deseo da forma al sujeto. De modo que decir sujeto del deseo constituye un pleonasmo, puesto que el sujeto de suyo es, incluso un grado menor o mayor de deseo. 


En Lacan tanto como en Freud parece mover a la risa la referencia al falo, su orden, y como dijimos, la letra que lo representa en el discurso lacaniano. Pero, como bien lo dijo Lacan, el falo no tiene porque tener que ver con el falo conforme a una ley que repite él y que llama la del equívoco del significante; simplemente es el ordenador de la realidad, y esta realidad es la realidad de los hombres que no niega ninguna realidad fuera del hombre, no niega lo no descubierto, como ser, algún producto inédito de la tecnología, -v. gr. los celulares, que para la época de Lacan no existían- sino que incluye su desarrollo en el avatar fálico; pero ese es un desarrollo inventivo y no de descubrimiento. Esta diferencia terminológica incluye al sujeto como interviniente del proceso de novedad, lo que es ineludible, y asunto filosófico de vieja data. 


¿Qué representa que la madre y el hijo tengan un deseo común, el del falo? No es un mito de homosexualidades e incesto. Lo que quiere decir es que la madre en tanto que figura que opera en el individuo, es una expresión que busca abrirse cause, y que el individuo aspira a la realidad y así se posiciona en el mundo. Lacan conocía el pensamiento de Spinoza y de hecho hace sus citas a él. El deseo de la madre correspondería mejor a una expresión de tipo spinoziana, en el individuo transformada en deseo, es decir en el hijo. 


El mito de Edipo es central para comprender lo que Freud quiso decir y la consecuencia que tuvo el psicoanálisis a través de Lacan. Como bien lo dijo Freud, el psicoanálisis no tenía futuro si se desconsideraba el Edipo, el cual sí es un mito. Pero como buen mito que es, es indudable que se explica sólo y que además el hombre por su carácter de intérprete, tienda, no ya a analizarlo, sino a interpretarlo. Todos conocen el mito: el incesto, el parricidio, el reconocimiento, la tragedia. Estas etapas en el mito trágico por excelencia para algunos no pueden desconsiderarse, tan pronto se vio en ellas un proceso semejante en el psiquismo. Para la conformación del sujeto al menos tenemos fuerzas imperantes, la del Real, que se acota a la madre, la del Imaginario, que se acota al padre. Y la realidad (en sus sentido vulgar) como una suerte de reconocimiento. Como se dijo en otra oportunidad, el re-conocimiento es la constatación, o presentificación del Deseo, que ordena la realidad. Edipo es el mito tan preciado que es no sólo por Freud, sino porque a los hombres les intriga la derrota de Edipo, lo que se llama trágico, el Edipo en Colono. Ese Edipo no es un héroe del tipo épico, pero tiene de lo épico; en vez del final feliz con banquete, tiene el reconocimiento del error y la caída, que es una caída a la realidad. Pero esta realidad es la que está en problemas al operar Edipo cómo operó. La realidad a la que cae es la que él se ha hecho para él. En el héroe típicamente épico, el de la epopeya, se describe un círculo, una vuelta al origen, un ab origen después de las peripecias del héroe. Edipo no corre la misma suerte, las cosas no son las mismas y esto sucede por la operación psíquica que ha dado Edipo. El psiquismo se muestra mejor, por supuesto, en esta operación que en la de un héroe de la epopeya. Todo ha cambiado, y ya bajo ese cambio ni el bien y el mal son incapaces de intervenir aquí.


Así Freud considera el malestar de la cultura como un individuo psíquicamente enfermo y esta consideración en Lacan es dialéctica, puesto que intervienen las nociones de padre-madre, tal cual si se equipararan a realidad-irrealidad de la Madre. Esa modificación que opera Edipo en la realidad (se escribe en minúsculas) es la causación del deseo de la Madre operada desde la estructura, del padre, o como se refiere, el NP, el Nombre del Padre. 


Se habla de la pasión del significante, y esta fórmula define el dolor y el sufrimiento humanos. No es el mismo dolor que el del animal. De hecho, hay animales tan distantes en el psiquismo del hombre que no se puede considerar su dolor con seriedad, por ejemplo por el desarrollo del sistema nervioso, del cual emerge la sensibilidad del individuo. 
Como se ve, la enseñanza de Lacan habla de una "emergencia" a través del lenguaje, lo cual lo distingue del animal. Este lenguaje tiene el gasto de una pasión que no es común a los animales, y se llama moral. Pese a que la moral es común en animales, como bien advirtió Nietzsche, y que por ello está ligada a toda las acciones que tratan de llevar a cabo. Pero la moral del animal no es la misma que la del hombre y esta diferencia es clara, está mediada por el lenguaje y su evolución. El dolor psíquico de los hombres está determinado por el avatar fálico, por el estado de cosas e implica en Lacan nuevas formas de padecer según se vayan modificando las cosas. 


Volviendo, el sujeto en tanto que tal (sujeto) está dividido en su consideración como sujeto; en tanto que sujeto debe considerarse esta división que implica la palabra, entre dos fuerzas ante todo, como ya dijimos: la expresión de la Madre y el deber del Padre. Lo que dice y lo que sabe, es otra forma de considerarlo. Lo que sabe es lo que debe hacer, debe desear, y que constituye su inconsciente y lo que dice es una inmisión del Real, ese imposible, según Lacan. Aunque la fórmula se escribiría mejor si se dijese que el sujeto pugna entre lo que dice con lo que sabe, tan pronto lo que dice atraviesa su inconsciente. También se categoriza lo que se dice como enunciación, el vértigo del presente, y lo que sabe, como enunciado, todo lo que se sabe es el producto de lo pasado que se ha hecho. 


El inconsciente en Lacan representado como Icc es equivalente al consciente (cc). El inconsciente es lo que fue consciente. El hombre tiene un inconsciente porque tiene un lenguaje, esto constituye la ex-plicación de la fórmula: inconsciente estructurado como lenguaje.   


El psicoanálisis, lo reconoció Lacan, es una suerte de poesía, es muy realista, tan pronto no plantea ninguna solución, no emite recetas sino que trata de describir el avatar del hombre, que es racional. Es una consideración de la vida como si esta fuera poesía. De ahí que el psicoanálisis sea considerado como una práctica de la charlatanería. Pero esta charlatanería consiste no en que se digan falacias sino en que no hay remedio para cierto devenir psíquico en el hombre. Conforme lo hemos desarrollado en el ejemplo de Edipo, en el devenir psíquico no hay ningún ab origen, ninguna circularidad, ningún a modo de tópico de beatus ille, o novela griega. El conductismo, por ejemplo, contemplaría esto, puesto que está contaminado de la ideología de la normalización. Al estar contaminado de normalización lo está de generalización, esto es, no le interesa lo particular del individuo sino lo que se repite en los individuos. El análisis de la conducta tendría un origen modificatorio de aquella, un restablecimiento. Es como si tomara al cuerpo del sujeto como acabado y que tuviera que ir hasta un cierto fondo, desde el cual modificaría lo equivocado. No contempla el devenir en el hombre, su materia cambiante y por supuesto no contempla ningún valor en ello, ni en las manifestaciones del individuo. Así tenemos el ejemplo de Anna O., la célebre mujer analizada por Freud que establece un antes y un después en su clínica. Como si Freud considerara irrelevante lo que tiene que "decir" la paciente y de pronto considerara ante su interpelación que su "decir" es de suma importancia. El pedido de escucha de Anna O. es densamente connotativo: parece decir "considéreme", parece pedir que acepte su particularidad, parece producir un extrañamiento de lo extraño: el síntoma; en tanto que la paciente lo considera pecaminoso, la paciente pide que deje de ser pecaminoso, que acabe la vergüenza.
Vale decir que este es el problema de la transferencia y que cuando aparece como un problema en la clínica (Anna O.) el psicoanálisis se transforma en una semiología: el signo del petit a es único. 


El psicoanálisis parece ambicionar mucho en tanto que poesía se considera. Hablamos de la vida como poesía. El individuo sujeto a las presiones de la realidad, que mandan, parece querer poner su voz allí, parece querer expresar el desasosiego que le produce el no poder hacerlo, el ser reprimido y esto se parece a la historia de la humanidad. 


Por ello se dice que el inconsciente es ético en Lacan. El inconsciente se ocupa en pasar el goce del individuo al Deseo del lenguaje, al Deseo del Otro, de ahí las mayúsculas. Esta ética considera al sujeto como esclavo de lo que le sucede pero considera la libertad, aunque a Lacan no le gustara hablar del tema. En Freud el goce lleva el nombre de "eso". 


Cuando Lacan hablaba de las complicaciones de comprensión que oponían para los demás el desarrollo de su discurso, al mismo tiempo reflexionaba sobre esto. Consideraba el problema de su comprensión como un acaecer totalmente normal y eso se asemeja al movimiento de aceptación de toda particularidad. Así el significante 1 (S1) o significante solo, como la emisión del síntoma (trauma) y el S2 como la constitución de ese significante en la estructura (saber). Él daba así consciencia de que su discurso producía una crisis en la estructura, que podía darse en ese momento o años después, como sucede con las enfermedades a las que se les halla su cura. Es posible que él se viera accionando su discurso del mismo modo que lo hace un enfermo psíquico.
El era consciente de que su discurso por falible que fuera, estaba dejando una marca, un rastro en la estructura que lo haría legible a posteriori. 


En cuanto a la sexualidad es importante establecer su esclarecimiento. El saber, el inconsciente, llamado colectivo, no tiene realidad sexual, la realidad sexual se establece en el inconsciente y el sujeto estableciendo su modo de gozar. Por ello el inconsciente del sujeto sí tiene una realidad sexual, el sujeto es sujeto porque tiene inconsciente. La imagen del iceberg de Freud para el inconsciente traiciona la real idea que se debe tener de él. Ese inconciente del iceberg puede implicar lo que otros psicoanalistas consideran un subconsciente, algo que incluiría lo biológico del individuo. 
Es importante a este respecto un cotejo con Kant. Kant hablo de noúmeno (la cosa en sí) y el fenómeno. Dijo que la cosa en sí es incongnocible. Schopenhauer le llama Voluntad. Este es el Real en Lacan. El fenómeno es lo que el individuo establece como saber y no una realidad detrás de otra, lo cual es petición de principio. Esa realidad en Lacan es el fantasma. El fantasma (su fantasear) es en cada individuo y en la colectividad el límite de lo que puede conocer. 


En tanto que el individuo está atravesado de la estructura y constituido por ella, existe sexualidad. La expresión de ello se da en la pulsión. Lacan reformuló de Freud tres modelos de avatares pulsionales: Represión (neurosis), renegación (perversión), forclusión (psicosis). Lacan expresa que la neurosis es lo opuesto a la perversión. Comparten una desarmonía con el deber-hacer (saber) pero su diferencia reside en que ese padecimiento del neurótico (no querer hacerlo a pesar de hacerlo) no está en el perverso (que al hacerlo lo quiere hacer).


Haremos un pequeño paréntesis para referirnos al célebre aforismo de Lacan "la mujer no ex-siste". Para ello hay que distinguir lo sexual del asunto de géneros. En la lengua, que Lacan llama por este problema lalengua (quitándole el artículo femenino: todo es macho en el lenguaje dice Lacan). Sexualidad remite a la relación del sujeto con la estructura y el Deseo del Otro. Los géneros remiten a esa binaridad entre lo femenino y masculino.


Y ya que estamos considerando los aforismos de Lacan, nos preguntaremos qué quiere decir cuando enuncia "no ex-siste relación sexual". Este punto también es central; los aforismos de Lacan son como tópicos que desglosados remiten a su enseñanza e implican todo lo demás que ha dicho. La relación del sujeto con la estructura es sexual, pero la relación de un sujeto con otro no. Esta es la explicación. Y conlleva el postulado de la castración, y la de la fase del espejo, que implican la incapacidad de comunicarse. Lo que dice un sujeto a otro está mediado por su fantasma, es decir, por su relación con la estructura, por su sexualidad. De modo que no hay ninguna identidad entre lo que dice el sujeto y lo que comprende el otro que aquél dice. El sujeto en su relación con la estructura establece un objeto, llamado petit a, su sexuación, y ese es su modo de gozar que intervendrá en toda intersubjetividad. El goce es definido como el más allá del principio del placer. Y el principio del placer es lo común, lo que hace común a los sujetos. La consideración de que lo que el sujeto dice sea lo mismo que por ello entiende involucra una consideración mítica de la realidad y desconsidera al fantasma. La fórmula que expresa esto es A+S, donde el Gran Otro y el Sujeto no están barrados (tachados), e implica que el Otro dará lo que ofrece y el Sujeto recibirá lo que pide. La castración implica esta misma imposibilidad, la pérdida de lo que ofrece A y de lo que pide S. De ahí el otro aforismo lacaniano sobre el amor: dar lo que no se tiene a quien no lo quiere. En términos lacanianos el sujeto por ser sujeto, por barrado, cede al Gran Otro parte de sí y el Gran Otro cede al sujeto, más precisamente a su Goce. Cuando acaece un problema del tipo de los llamados psicológicos sucede que objeto petit a no tiene inmisión de lo real en lo Imaginario (el fantasma de uno mismo), no puede colocar su goce en la estructura. La estructura devuelve este acaecer en un padecimiento. 
El problema del amor es, al parecer, un problema central y desencadenante en la teoría lacaniana y es el problema de la transferencia: como dice Lacan "la transferencia es el amor".


En la clínica más común se trata a la angustia o la inhibición también como síntoma. No obstante, Lacan, teniendo en cuenta la relación de los elementos de su nudo borromeo, los describe de modo diferente. Así, el síntoma es una (in)misión de lo Simbólico en lo Real. El orden simbólico opera un padecimiento, el significante opera un padecimiento en el sujeto porque se dirige a su Real. La angustia es, en cambio, inmisión de lo Real a lo Imaginario, tan pronto la angustia es la inmisión de ese fondo imposible en la consideración de lo que el sujeto comprende, lo que hace que la angustia se pueda expresar de otra manera: cuando falta la falta. Sabemos la historia de la angustia: cuando los fundamentos de lo Real se sacuden, ante una muerte, ante una catástrofe, ante un acontecimiento de importancia, la realidad se trastoca; en síntesis, empieza a faltar a su consistencia, lo cual abre paso a inmisiones del real, de donde proviene la angustia. 


El objeto de goce del individuo, el petit a, es inobservable, como se dice, y en tanto que particular sólo se manifiesta en el fantasma del sujeto. A esto se le llama existencia morfoempírica. El sujeto está soldado a su goce, fórmula que explica el fantasma de ese sujeto. El hecho de que el sujeto sea sujeto, que esté soldado a su goce y a la estructura, al Deseo del Otro, también se llama alienación. 
El sujeto que está de ese modo alienado, soldado al Deseo de Otro puede expresar su modo de goce en el fantasma. El deseo del sujeto deviene Deseo. 
Otro dato para diferenciar el neurótico del perverso es cómo la fantasía, que es el objeto petit a del sujeto, se manifiesta. En un caso puede sólo permanecer como deseo sin materializarse y en el otro caso (más parecido al accionar del perverso) se manifiesta en la realidad operativa. El perverso, a diferencia del neurótico escenifica su fantasía. 


En el nudo borromeo, (los tres círculos que se comprenden) de los tres registros, encontramos el objeto de goce, el petit a, en la intersección de los tres conjuntos. 
Tanto el objeto del goce como el Otro, la estructura, ceden, como dijimos, sus partes; en el primer caso se llama alienación y en el segundo, separación. Y constituye la castración misma esta última separación. 


En esta cesión tanto de a como de A vemos la naturaleza del hombre, que es una diferencia con el animal. Ahora todo lo que haga el sujeto estará mediado por la pulsión, cosa que no sucede en el animal y que es la cuestión de sexualidad, de cómo el sujeto concibe su goce. Los diversos fetiches de los diversos individuos están dados por ese modo de gozar y es lo que sucede una vez ejecutada la castración. El recorrido que ejerce el goce es la pulsión.


Hay una idea en Lacan que reza que la pulsión es la que se satisface y no el deseo. Nos preguntamos cómo se entiende esto. Y es que el sujeto se satisface en el deseo, pero es el yo; en cambio el objeto de goce, el petit a, no se satisface en el deseo solamente, sino que requiere de la pulsión. 


Para Lacan no puede haber psicología ni lingüística, ni sexología. Todos encubren un error de perspectiva. Una visión teleológica del sujeto, una inmovilidad del sujeto para operar sobre él. La lingüística concluye con un metalenguaje, al que Lacan no puede adherir tan pronto supone un Otro del Otro, es decir, otro fantasma del discurso que ya tiene el colectivo. El discurso del colectivo sólo se modificará: no existe un discurso por encima de él. Por ello él habla de una ling(h)isteria, la lengua está agujereada por el goce del sujeto, y el sujeto la modificará, simplemente, eventualmente, con su goce. 


La figura de la corpsistencia, es decir unión del goce al cadáver, es una idea que campea en la literatura. Desde Longfellow, cuando refiere que el diccionario es un cementerio, podemos ver las similitudes. Las palabras están muertas, el lenguaje lo está. Sólo el goce lo vivifica (la operatividad con el sujeto) y eventualmente lo modificará.


Debe distinguirse un pleonasmo que se comete al decir "cuerpo psíquico" (psicosomatia), que equivale a decir sujeto (barrado, solidificado, alienado). El cuerpo es el psiquismo. No es este cuerpo del psicoanálisis homólogo al cuerpo biológico; el cuerpo biológico no contempla el atravesamiento del lenguaje en el sujeto y el cuerpo del psicoanálisis sí. Eso es el psiquismo. Lo mismo sucede cuando se dice "cuerpo erógeno". La erogeneidad es la sexuación, producto del atravesamiento del sujeto por la estructura. De modo que el cuerpo ya es erógeno y allí donde haya erogeneidad habrá un cuerpo. 


Cuando decíamos que el psicoanálisis parece ambicionar mucho en tanto que poesía se considera, nos referíamos a que el ordenador fálico, principio de realidad, tiene una clara dependencia con el sujeto, y con esa dialéctica opera el devenir humano, algo semejante a la Historia con mayúsculas. 


Conforme a la división que hemos referido entre lo que dice el sujeto y lo que sabe, el sujeto cuando habla dice más de lo que dice. Dice en el lenguaje pero con el lenguaje, y también con lenguaje no verbal dice su goce. 


La idea de una cura en Lacan es problemática. No se puede decir que crea en la cura aunque si se refiere a ella. En lo psíquico la cura estaría dada por el Otro, volver a los órdenes del Otro cuando el goce está desbordado. Pero ese goce no debe ser reprimido. Es el camino inverso, debe ser puesto en el Otro. 


Existe un término en Lacan: Sujeto supuesto Saber, que remite a estas cuestiones. El sujeto no sabe lo que sabe, no sabe su inconsciente. Y mientras no lo sepa, no lo corporice, no se podría dar la hipotética cura, la modificación, el goce. No sabe de su goce porque su goce se expresa en fórmulas del Otro. Es un sujeto que no ocupa su puesto en su saber. Esta posición que ocuparía el sujeto es la que lo transforma en analizante. 


Existe una frase de Žižek que matiza estas cuestiones: el Inconciente es lo que viene del futuro. Se refiere esto tanto para el sujeto psíquicamente enfermo como para la Historia que el Inconsciente es una suerte de depósito, que posee la llave para el problema que aqueja y que a su tiempo dará con ella. En este sentido no es sino desde el Otro de donde provendría la cura, la modificación, el cambio social. No sino con lo Otro. A través de lo Otro. 


Al psicoanálisis le interesan estas tres estructuras: la neurosis, la perversión y la psicosis. En la primera, el ordenador fálico reprime el objeto de goce, en la segunda el ordenador fálico desmiente el objeto de goce y en la psicosis lo forcluye. 


Los distintos llamados "trastornos" que tienen su tipicidad notable, por ejemplo, una obsesión con un objeto o con una idea tienen que ver con esta frase de Lacan: "La pasión es generada por el significante y es soportada por el significado"; que desglosada sería: la pasión en tanto que padecimiento se vuelve una idea (significado) en el sujeto que psíquicamente padece pero este padecimiento es un accionar del Gran Otro sobre el sujeto, por el significante. El sujeto siente una culpa con respecto a lo Real, a su Real (reus quiere decir culpable).  
Por ello la fórmula del signo saussuriano, es invertida por Lacan dándole mayor jerarquía al significante, que es "contingente", sobre el significado, y se expresa así: el significante es una S mayúscula mientras que el significado una s minúscula. 


Un sujeto bien constituido, que es no sólo una utopía, sino una falacia, sería aquel que es un individuo que decepciona del sentimiento oceánico, del narcismo de la fase del espejo, y se castra, es decir se aliena con el Deseo del Otro, también nominado como el ingreso de la metáfora paterna, el ordenador fálico (MP), sin perder por ello su goce.