Roland Barthes — La muerte del autor

















El ensayo comienza con la pregunta de Barthes sobre quién dice estas palabras en la novela Sarrasine de Balzac: «Era la mujer, con sus miedos repentinos, sus caprichos irracionales, sus instintivas turbaciones, sus audacias sin causa, sus bravatas y su exquisita delicadeza de sentimientos.»
Evidentemente no se puede establecer la procedencia de esa voz conforme está dispuesta en la trama de la novela. El análisis del texto ha llamado, si no nos equivocamos, a esta imprecisa voz discurso indirecto libre. Barthes dice que no se puede saber si lo dice el héroe de la novela, el narrador Balzac, el autor Balzac, o la sabiduría universal acerca del carácter psicológico de la mujer. Esta oración, evidentemente, está dispuesta entre formas discursivas, ya sean diálogos, ya sea narración del narrador, etc. desligada de la identificación que se les da a estas tramas discursivas con sus respectivas marcas textuales, sea ejemplo, la línea de diálogo para un parlamento de un personaje. De modo que la pregunta sobre quién lo dice es ineludible, sin hallar respuestas según Barthes. 
Pero hay algo más profundo detrás de estas tramas. Y es en qué consiste la escritura. Para Barthes, es un lugar neutro, un lugar donde acaba la identidad. Por más que se le asigne a un personaje un parlamento esto está en caracter indicativo. Todo es una representación de este arte temporal llamado la literatura. El autor desaparece en el texto y hay un desfile del lenguaje. 
La escritura es vista así como la propia muerte del autor, lugar donde, como Barthes dice en otro texto, el cuerpo empieza a tener sus propias ideas. Entiéndase por cuerpo el concepto lacaniano. 
Para afirmar su tesis, Barthes recuerda los relatos en sociedades etnográficas, llevados a cabo por chamánes considerados por esa sociedad como un medio y no como una persona, desprovisto incluso casi hasta de la entidad de individuo. Esto arroja luz a Barthes.
El autor como individuo que produce de sí mismo el texto es una creación reciente. El empirismo inglés y el racionalismo francés tienen que ver con ello. Han otorgado prestigio a la figura del individuo. En el último escalafón de esta creación del autor se encuentra la ideología capitalista, hiperindividualista, confusa y hasta inculta pudiera decirse, especie de envenenamiento del significado, como sugeriría Barthes en otro texto. Esta ideología estructurante requiere de la figura del autor. 
Así, la crítica misma se ha dejado llevar por los caminos de esta construcción reciente y se ha preguntado sobre la obra preguntándose por el autor y sus derredores, sus contingencias. Considérase la obra como el sumun de las confidencias de una persona. 
La única excepción fuerte que Barthes ve, en esta modernidad es la escritura de Mallarmé: para él no es el autor el que habla, sino el lenguaje. Según Barthes, la poética de Mallarmé es una mostración de la supresión del autor, la escritura devolviendo su lugar al lector. Es claro esto aquí. El lector se ve como el que hace algo con una escritura preexistente, en cambio, el autor se ve como el último vestigio de una teología: el autor produce no sólo la obra particular, pareciera, sino también el lenguaje con el que la construye. A la postre, reconocerá Barthes que Valéry, reconoce el recurso de la interioridad del escritor como una mera superstición. Cabe decir, por más que se hiciera, como se ha hecho por la crítica antes referida esta investigación, se ha terminado confundiendo la interioridad del pretendido autor con los diversos discursos que atraviesan y componen la lengua. 

Otra prehistoria de esta modernidad de muerte del autor es reconocida por Barthes en el surrealismo: el surrealismo intentó subvertir, románticamente, el código, cosa que acusa Barthes es imposible, pues el código es indestructible. Está antes. No obstante, el surrealismo ha contribuido a través de su concepto y desarrollo de la escritura automática a la idea de que no hay autor allí donde se escribe sin pensar. Esta exacerbación del acto de escribir a la deriva tiene su origen en el antiarte Dadá. 
Por último la lingüística a hecho lo propio en sus márgenes: ha proporcionado el concepto de enunciación que es clave. La pregunta clave aquí es: ¿el autor llena con ese proceso vacío que es la enunciación, llena decimos, con su interioridad el texto, del mismo modo que ha pretendido y ha "hecho" la crítica clásica? En última instancia, esa interioridad no es tan interior y ni tan propia de la persona que escribe. Es así como se desmantela la figura del autor. El lenguaje no conoce a una "persona" (apellido e interioridad) conoce a un "sujeto". 
La moderna crítica preconizada aquí por Barthes intentaría una supremacía sobre el par autor-lector para con el lector, como ya referimos antes, el lector es un medio, igual que como se veía al chamán referido. 
La escritura misma, esa especie de vicio imparable de la literatura, no se desenvolvería si no hubiera una disolución del autor. 

En la visión clásica, el autor es una especie de padre que trasciende históricamente al texto. En la moderna, el escritor nace al mismo tiempo que el texto y es dependiente de éste. El libro no es un predicado del escritor sino a la inversa, el escritor es un predicado del texto. La preexistencia del lenguaje permite que el escritor haga su inscripción allí (y ninguna expresión).

Esta definición de texto es particularmente predilecta en Barthes. Recordemos que Borges la hace en Utopía de un hombre que está cansado: el texto es tejido de citas provenientes de mil focos de la cultura, el escritor trabaja con este material. Material hace clara alusión a materia. El gesto del escritor recuerda al gesto copista de Bouvard y Pécuchet, limitados a copiar un gesto, no original. La "cosa" interior que intenta traducir el escritor es la misma que un diccionario ya compuesto. Dejemos por ahora de lado, la "cosa" freudiana, a la que no alude aquí Barthes, y que se emparentaría más al concepto de estilo, pero otra vez, en la tesitura de esta tesis de Barthes diremos de este estilo que no sería sino inscripción y no expresión. Como inscripción permanecería en el texto. 

A todo esto, la conclusión es la caída de la vieja crítica según la cual un texto se descifra. La muerte del autor es esta misma imposibilidad de descifrarlo. De hecho, la acción de desciframiento cuando fuera posible impediría el accionar mismo de la escritura. Es el hecho mismo de que en la escritura no es el desciframiento el que la hace ser lo que es. La literatura es esto, a fin de cuentas. Por ello Barthes, usa mejor la palabra escritura para referirse a la literatura. La moderna teoría es, se diría, contrateológica. 

La consideración de que existe una muerte del autor residía desde antaño en la tragedia. Lo trágico es, justamente, contrateológico puesto que plantea el malentendido como crucial. Es el lector (y no el autor) el que recoge la estructuración de un texto dispuesto por lecturas múltiples procedentes de varias culturas. En la escritura (en la literatura) hay múltiples escrituras que se parodian entre sí, dialogan, discuten.

Para concluir, veremos la etimología de la palabra autor (o una de ellas); autor remite a instigador, a promotor, viene de augere, aumentar, agrandar o mejorar tal dice el diccionario de etimologías de Valentín. El autor nada tiene que crear sino que perfecciona algo que ya existía.