François Rabelais, De cómo Panurgo polemizó con el inglés que se expresaba por signos — vía Sucitrep Osat



















Ya todos los asistentes esperaban en profundo silencio, cuando el inglés, alzando separadamente las manos, cerró las puntas de los dedos en la forma que en Chinonnais se llama culo de gallina, y con la una golpeóse cuatro veces las uñas de la otra. Luego abrió las dos y con una se dio en la otra una estridente palmada. Volvió a unirlas, dio luego dos palmadas, y cuatro veces más las abrió, como se ha dicho. Y las juntó después en la actitud de quien ora a Dios.
Panurgo alzó en el aire la mano derecha y metióse el pulgar en la ventanilla derecha de la nariz, sosteniendo los otro cuatro dedos rígidos y juntos, con gran depresión del párpado. Luego levantó la mano izquierda, con gran apretamiento de los cuatro dedos y elevación del pulgar, y la situó en la línea directamente correspondiente a la posición de la derecha, manteniendo entre las dos una distancia de un codo y medio. Luego bajó hacia tierra entrambas manos, y al fin volvió a elevarlas, manteniéndolas dirigidas al rostro del inglés. 
Éste empezó:
-¿Y si Mercurio...?
-¡Ya habéis hablado, mierda!
Y, luego, el inglés hizo este signo: alzó los cuatro dedos y se apoyó el pulgar en la punta de la nariz. Levantó después la derecha, muy abierta, y en tal postura la bajó, tocándose con el pulgar el meñique de la otra mano, mientras movía lentamente los dedos -menos el pulgar- de la derecha. Y después efectuó con la izquierda lo que con la derecha, y con ésta lo que con la siniestra.
No se desconcertó Panurgo, sino que sacóse de la bragueta una tira piel de vaca blanca y dos pedazos de madera de forma parecida. Uno era de ébano negro, y el otro, de campeche encarnado.
Púsose las dos piezas de madera entre los dedos y produjo con ellas un son semejante al que con sus campanillas hacen en Bretaña los leprosos, aunque mejor concertado y más armónico. E hizo un chasquido con la lengua, siempre sin dejar de mirar al inglés.
Los teólogos, médicos y cirujanos presentes imaginaron por aquellos signos que el inglés debía estar leproso. Los consejeros, legistas y algunos canonistas concluyeron que el tal individuo debía aspirar a la lepra como una especie de felicidad humana, como antaño sostuviera el Señor.
Pero el inglés no se dió por vencido, sino que alzó las dos manos y, apretando estrechamente los tres dedos principales de cada una, pasó los pulgares entre los dedos índice y corazón, y presentóselos a Panurgo. Luego, arreglose de modo que los pulgares y meñiques de ambas manos se tocasen entre sí. 
Panurgo, sin pronunciar palabras, respondió con este signo: unió la uña del índice a la del pulgar de la mano izquierda y cerró todos los dedos de la mano derecha, excepto el índice, el cual introdujo varias veces en la abertura que dejaban los dos citados dedos de la otra mano. Luego, extendió hacia Taumasto, tanto como pudo, el dedo pulgar y el cordial de la mano derecha. Apoyó, en fin, el pulgar de la mano izquierda sobre el ojo del mismo lado y movió aquella mano mientras con la derecha imitaba el anterior movimiento de la otra.
Ya Taumasto palidecía y temblaba, e hizo este signo: con el dedo medio de la mano derecha golpéose el pulgar, y con el índice de la misma mano se tocó el de la izquierda, pero por abajo y no por encima, como hacía Panurgo.
Este dió una palmada, y luego, soplóse las palmas. Introdujo el índice de la mano derecha en los dedos de la izquierda, que había engarabitado, y miró atentamente a Taumasto.
Éste ya estaba sudando la gota gorda. El hombre parecía extasiado en alguna elevada contemplación. Luego, volviendo en sí, apoyó las uñas de la mano derecha contra las de la izquierda, abriendo los dedos en forma de semicírculo, y de esta forma mantuvo las manos tanto como pudo.
Panurgo respondió poniendo el pulgar de la mano derecha bajo las mandíbulas, introduciendo un dedo de la misma mano en el hueco de la otra, mientras rechinaba melodiosamente ambas hileras de dientes.
Taumasto se levantó, soltó un tremebundo pedo y despidió un hedor de todos los diablos. Cagábase de angustia, y todos se tapaban las narices con la mano. Al fin levantó la mano derecha, juntando las puntas de los dedos, y apoyó la mano izquierda, de plano, sobre el pecho.
Panurgo echó mano a su larga bragueta, la estiró en una extensión de codo y medio, y, mientras la sostenía con la mano izquierda, sacó con la derecha la naranja allí oculta, lanzándola al aire siete veces seguidas, tras lo cual comenzó a sacudirse la bragueta, enseñándosela a Taumasto.
Éste, entonces, hinchó las mejillas como quien toca la gaita, y sopló como si estuviese llenando de aire una vejiga de puerco.
Panurgo se puso un dedo de la mano izquierda en el agujero del culo, mientras resoplaba como cuando se come sopa muy caliente. Abrió después la boca y dióse un golpe encima, produciendo un ruido tal como si sobreviniese del diafragma a través de la tráquea. Dieciséis veces repitió esto.
Taumasto resoplaba a su vez, como una oca. Panurgo se metió el dedo índice de la mano derecha entre los labios, se lo apretó fuertemente, lo sacó y, al hacerlo, produjo un gran ruido, como cuando los niños disparan un cañón de juguete. Nueve veces repitió este acto.
Taumasto exclamó:
-¡Ah señores! ¡Qué secreto acaban de revelarme!
-Y, sacando un puñal, lo dispuso con la punta hacia abajo.
Panurgo empuñó su vasta bragueta y la sacudió cuanto pudo contra sus propios muslos. Después, unió las manos sobre la cabeza, sacó la lengua todo lo que pudo, y puso ojos de carnero a medio morir.
-Ya os entiendo -dijo Taumasto.






Gargantúa y Pantagruel, trad. Juan G. De Luaces, Plaza & Janés.

a través de

El humor absurdo. Antología ilustrada. Selección y notas: Eduardo Stilman, ed. Brújula, Buenos Aires, 1967.