Thomas de Quincey — La Esfinge tebana






Edipo de André Marcel Baschet, 1883







El relato de Edipo es el más antiguo de los relatos históricos griegos (entendido como no mitológico, por de Quincey). La era de Troya circa el siglo IX a. C.  Eteocles y Polynices, dos de los hijos de Edipo, serían contemporáneos a la guerra de Troya. 
Este relato, inmortalizado por Sófocles en Edipo Rey, tiene para de Quincey, específicamente en el acto segundo, algo que no encaja con el tono general de profundidad de la obra y ello no es otra cosa que el enigma mismo de la Esfinge. Un tanto en broma, un tanto en serio, de Quincey alega que la solución "adecuada" al enigma llega en 1949, fecha que se supone la fecha de escritura de este alegato. La Esfinge, dice, se satisfizo demasiado fácil con la respuesta. Una apreciación de índole filológica le lleva  a refrescar que la palabra peccatum habría contaminado las traducciones de muchos de los clásicos griegos. Esta palabra, o mejor aún, su sentido, no existía en el período clásico. Y aún debe distinguirse del de armartía. Platón y Cicerón (este, s. I a. C.) consideraron la idea de la "culpa" pero no la de pecado. La culpa afectaría al individuo, en tanto que el pecado implicaría una mácula para todo el género humano. La palabra más cercana a pecado sería latina: expiación. Pero, tal vez maravillado, de Quincey agrega que la palabra pecado es abismal queriendo con ello destacar la novedad de su existencia. Esta palabra, como la otra, implica que el afectado por su inconsistente realidad no puede acceder a las razones (causas de esa expiación, de ese pecado). Como se sabe, Edipo no sabía nada a cerca de los errores que cometió. Dicho en otras palabras: parecería que su error se apoya en la ignorancia del mismo. Destaquemos el primer punto de la tragedia: la profecía por cuya razón Edipo es dejado cuando niño a su suerte: a de Quincey le llama la atención en todo este tipo de historias el que se crea en la amenaza del destino y la consecuente creencia en que se puede escapar de él.
Los términos del enigma propuesto por la Esfinge eran: ¿qué criatura se mueve en cuatro patas a la mañana, dos al mediodía, y tres al atardecer? Cuando Edipo se va enterando de su destino (mata a Layo, se casa con Yocasta, ocupa el trono de su víctima) no había ofensa alguna sino distinciones ganadas con gran riesgo: se defendió del improperio de Layo sin saber quien era y luego ya en su trono se entera que era ese mismo hombre el que lo había injuriado. Ídem para el beneficio que procura a Tebas deshaciéndose del flagelo de la Esfinge.
De Quincey afirma decididamente que la soluación al enigma no es "la" solución. Es decir no la única, ni tampoco la mejor. Todos los grandes misterios, las profecías, admiten, a su ver, más interpretaciones (inclusive, una interpretación iría proponiéndo "secretamente" otra). 
La respuesta sería EDIPO. Él sería -y no el género- la respuesta de la Esfinge que, subrayando su tercera etapa, el destierro, se sostiene en la noche, expulsado de Tebas, ciego los ojos y el corazón destrozado, en el tercer pie: Antígona, su bastón. Asegura de Quincey que lo único que se podría afirmar de ese hombre es su muerte, que murió. A Edipo no le sirve la frase del infeliz según la cual se queja de que es terrible el camino que le ha tocado, "aunque" ya ha sido recorrida por otros. 
Habría un sentido exotérico del enigma (el público, el que precipitó a la Esfinge) y otro esotérico ("desconocido" para Edipo y la misma Esfinge). Ese sentido está escondido en el primero.