François de La Rochefoucauld — Sentencias y máximas morales*












Las célebres máximas del duque François de La Rochefoucauld observan temas de psicología, una psicología, si se quiere, digna de observación por su refinamiento epocal; son observaciones psicológicas más que observaciones sobre virtud, a diferencia de lo que se suele decir. La virtud no existe nos habrá de decir el duque; es una norma de conducta de la época observada y por ende una máscara, además de que suele presentarse bajo la forma del vicio. ("Muchas veces detrás de la virtud está el vicio") Así, cuando dice "Nos hiere más la condena de nuestras aficiones que de nuestras pasiones", se entiende que la máscara o virtud está en esa afición, porque las aficiones se estampan en el dominio público.
Es preciso hacer una pausa aquí y observar cómo las máximas giran en torno a lo mismo: la observación descarnada y la pululación de diversos nombres para un común hacer, la simulación. Lo que hace el duque no es descubrir nada sino poner ojo avizor a las intrincadas conductas de sus semejantes e intentar una descripción. El hecho de que estas observaciones lleven el nombre de máximas es irónico, es decir, no son en ningún modo consejos, sino más bien la forma común que ha adquirido la conducta en una situación dada para obtener sus fines determinados. Por ejemplo, la razón de que "La mala acción no atrae tanto la persecución como nuestras buenas cualidades" se debe a que los hombres persiguen lo que aman -recordando a Wilde- y van contra ello, al no poder tenerlo. "Las grandes acciones no merecen la jactancia pues en ellas actúa el azar" es una forma de referir que las hazañas llevan implícito el valor agregado del reconocimiento público, otra acepción de virtud. Como se ve, a veces La Rochefoucauld da por sentado "valores morales" -por lo general corresponden en sus proposiciones al sintagma nominal- para mostrar su verdadero móvil, derivando en una proposición que es una paradoja. Aquí, el verdadero móvil es el azar.    
Como en pocas épocas, el tema expuesto en estas máximas tiene la alta sensibilidad de distinguir entre aquello que es natural y aquello que no lo es. La máxima clave aquí puede que sea "Para ser natural, no hay que desearlo". Como se ve, el deseo esta implicado en los artificios conductuales. 
En "La traición razonada, no es la traición originaria, ésta sucede por debilidad", se puede observar que el hombre "traiciona" por naturaleza, pero la única traición existente es la que se condena en la sociedad; e incluso el duque va a más: la traición razonada tiene su origen en la debilidad. 
Una forma de explicar el irónico título de estas observaciones podemos verlo en la siguiente máxima: "Hay algo sincero, pero no desinteresado, en pedir consejo y darlo." Dicho en otras palabras -lo que todos hacen, embrujo del lenguaje-: una máxima, en sentido clásico, además de establecer una norma de bien-hacer es una cuestión de intereses para quien la propone. ¿Qué hay, sin interés entonces, en el hombre?: "El bienhechor excesivo provoca ingratos." (Sic) El bienhechor predica el bien y lo lleva a cabo, y según la circunstancia vista por el duque, por el abuso, provoca ingratitud. Todo interés de provocar el bien, clásicamente entendido, lleva implícito el que nos lo retribuyan o provoquen, a nosotros. La Rochefoucauld parece haber entendido bien esto de que el deseo obliga, no sólo a uno mismo sino a nuestros semejantes. 
La justicia es una "entelequia", dijo, por ejemplo, un juez llamado Héctor Tizón.
Otras cosas, Foucault. La Roche dice: "El amor a la justicia es miedo a sufrir injusticia." Cuando hablamos de amor a la justicia, hablamos de amor a una idea, la justicia en la naturaleza bien pudiera ser vista como venganza, como se sabe. En la sociedad, la justicia puede que sea una forma de organización. 
"Cuando se entra en confianza se prefiere exponer los defectos": la confianza es la apertura de la solitaria conciencia o como quiera decirse (psicología, interioridad, pensamientos). La confianza, existente en todas las épocas, tímidamente promovida en el seno de la complicidad, lo que hace es desnaturalizar (aunque suene paradójico, desnaturalizar es quitar el artificio a la cosa); ergo, el hombre que confía siente que no debe proteger sus debilidades o siente en un golpe de sosiego que sus debilidades no son tales.  

Sinceramente no recordamos bien cómo era la siguiente máxima -apelamos a notas que hemos tomado-: "Si pensamos que estamos engañando, estamos más expuestos al engaño." Suponemos más bien que la máxima reza: "Si pensamos que no estamos engañando, estamos más expuestos al engaño." Como dijimos arriba, la psicología aquí observada se basa en el engaño, de modo que aspirar a ser sincero es un vicio comprobablemente contra natura, bastante perjudicial -aunque en la cotidianidad no tanto- puesto que sólo nos hace más receptibles al engaño. 
Sobre la creación, habla, porque no también, el duque: "Descubrir algo del conocimiento no se logra con esfuerzo." Ahora todos saben eso porque estamos en el siglo XXI, pero poco se puede lograr algo tan sólo proponiéndoselo, porque no se puede reducir la realidad -que ni siquiera es algo- al deseo personal. Por eso mismo el duque dice después: "Si hay resistencia a pasiones, es porque estas son débiles". Resistencia, represión, sometimiento es el pecado del nominalismo, someter la realidad a una fórmula, y ya se sabe que la fórmula peca de irrealidad. En la práctica en el Ágora, "Querer ser distintos nos hace ridículos", o dicho de otra forma: si hay algo que no es una persona que es distinta, anormal, deforme o lo que sea, es ser ridícula. En el mismo orden está esta otra máxima: "El afán de ser hábil impide serlo". 
Apresados por el deseo, que pudiera escribirse con mayúsculas como hace Lacan, sabemos por el ¿visionario? (¿de qué?) duque, que el deseo no tiene nada que ver con la libertad, palabra de connotación e historicidad peligrosa. Un mero elogio revela y revelará cada vez más según pase el tiempo que "es un interés bilateral". Recordemos la "vanidad de la modestia" de Ernesto Sábato y esta máxima del duque: "Rechazar elogios es deseo de ser elogiado dos veces". Como estamos pensando, La Rochefoucauld se queda corto: para el que rechaza el elogio ningún elogio será suficiente. 
Cuando "amor" quería decir todavía  -en la época del duque- dar sin querer recibir, ese amor caballeresco y romántico -residuos de Platón- está condenado a ser el éxtasis que es, una gota de tiempo. Por ello "El amor constante es una inconstancia fijada". 
Reza el dicho: "Persevera y triunfarás";  nada más exacto, sólo si sacamos el imperativo aleccionador. El duque lo pone en mejores palabras: "La perseverancia no es mérito ni desmérito pues responde a inclinaciones". En otras palabras, la perseverancia es la duración de la inclinación, y el triunfo de esa perseverancia es una debilidad.        
Quien es presa de la práctica de auto culparse es porque hace que redoblen en su cabeza las opiniones desaprobatorias de la gente: "Es fácil olvidar las culpas si somos los únicos en conocerlas". Cf.: pasan sin pena ni gloria.
Otras ideas clásicas hay en el duque; para citar un ejemplo, Chesterton y luego el psicoanálisis: la locura es provocada por la razón, -incluso cuando provenga de los genes-, o sea: un irracional no es un loco, si no pregúntenle al pueblo, a la plebe alemana del gobierno del Tercer Reich si estaban locos. La respuesta es no; el loco -no se ha conseguido otro remedio- está en el hospicio. Chesterton dice por ejemplo "los ajedrecistas se vuelven locos, los matemáticos". Tengamos en cuenta las excepciones, claro. ¿Qué dijo el duque, antes?: "Quien vive sin locura no es tan cuerdo". 
Creemos que encontramos una máxima imprecisa en el duque, cosa bastante rara: "El valor completo es hacer sin testigo lo que se haría ante todo el mundo". Pensemos en las donaciones. En tener una fundación. Ya se ha acuñado bastante bien que se debe dar algo sin hacerlo público porque eso es un poco de hipocresía. De la simulación, dijimos, no escapa nadie; dar ocultando dar es algo bastante extendido ya. También se disfruta. Entonces, si estamos hablando de hipocresía "La hipocresía es un homenaje que el vicio tributa a la virtud" quiere decir en argentino "usted es un careta". La verdad sobre las máscaras, título, además, de un ensayo de un conocido autor no es: más fácil es hacer creer a los demás que somos como quisieran que fuéramos, sino que es más común. O dicho así: no es más fácil ser como la mayoría; es más común ser como la mayoría. En el mismo orden: "No pagamos porque sea justo satisfacer las deudas". Como dijimos arriba: pagamos las deudas porque otros lo hacen. Como se sabe, el que paga la deuda se la paga a sí mismo y el que no paga la deuda se la paga no pagándola. Parece palabrerío -lo sabemos, y lo es- pero, eso es lo que intenta "decir" nuestro duque. Pero esto se aclara con la concisión implacable del duque, a las que recomendamos poner toda la atención: "El orgullo no quiere deber nada y el amor propio no quiere pagar". Hoy en día se sabe por el "binarismo" -los chinos lo sabían- que hacer una cosa es hacer lo contrario; así, pagar una deuda es no pagarla. 
En el marco de las conductas que estamos habituados a ver: "apresurarse a retribuir es ya ingratitud", etc., etc.
Hay una frase que es intrigante no por lo que dice sino por lo que hace pensar; pertenece a los guionistas de la serie anime Los Simpson: el personaje Lisa afirma que el premio Nobel más importante es el de la paz. Borges citando a Gracián dice ""la vida es milicia contra la malicia"... eso puede ser cierto". Un físico gana el Nobel porque descubre los viajes en el tiempo y evita el Holocausto -de hecho, los viajes en el tiempo es una de las extravagancias jamás pensadas-; un literato gana el Nobel porque hace evidente a las masas en inefables novelas que el Holocausto no tiene que ver con Hitler sino con la “fetichización” de las ideas y, con el azar. ¿Esta paz es la bondad, la de Beethoven al menos? La Rochefoucauld: "La bondad suele ser pereza, o falta de voluntad". "Es menos peligroso hacer mal que demasiado bien".
Veamos el real lacaniano, del cual predica "es imposible". Veamos la idea de que todo aquello que no se puede hacer asequible a una fórmula es infinito. Parece que según La Rochefoucauld -recordamos también que para Chesterton, denotativamente hablando-, tenemos un ejemplo diario: "Cada sentimiento tiene visajes y una voz que le son propios". 
"La prontitud de hallar culpables es un efecto del orgullo y la pereza": parafraseando a Borges "la culpa [como la democracia] es un abuso de la estadística". En el mismo orden: "Los malvados más peligrosos tienen algo de bondad". Y aunque no lo creamos, la siguiente máxima: "No se puede amar dos veces lo que se dejó de amar". 
La máxima "No se puede perdonar a quienes hemos hecho daño" tiene el envés de que tampoco somos perdonados por aquellos a los que hemos dañado. En síntesis, para el duque, el daño no tiene remedio, no tiene viajes en el tiempo. El remedio también es un abuso de la estadística. 
Un ejemplo de sofisma que bien pudiéramos encontrar en las máximas para tener razón de Schopenhauer es el siguiente: "Una forma de injuriar es elogiar virtudes no tenidas". El origen de esta máxima está, claramente, en la ironía, que es una forma de decir lo que es y lo que no es a la manera de un holograma. Esta máxima es evidente que el duque la practicó en sus intrigas o las vio practicar. 
La sombra de Nicolás Maquiavelo se cierne sobre la siguiente máxima: "Amamos a quienes nos odian más que a quienes nos aman". Desde la mirada psicoanalítica y, sin duda, Kierkergaard, el que nos odia -o más bien debiéramos decir, nos desprecia-, además de odiarnos, es nuestro ídolo: representa un desafío superior para el odiado. 
"Sufrimos más cuando alguien nos desengaña de que somos engañados", agregamos: porque la vergüenza la inventó el público. Y ya que estamos hablando de la vergüenza, y como sabemos, no sucede que el otro no nos perdona que seamos cómo somos, lo que no nos perdona es que no seamos lo que quieren que seamos: "Es más imperdonable que un defecto, el ocultarlo". 
Nunca se es demasiado fuerte porque nunca nada es demasiado y porque nunca nada es fuerte, así: "Cuando se cree ser fuerte en la desdicha, en realidad sólo se está abatido". 
Más cosas insiste en decir este hombre cortesano. ¿Qué gobierna el mundo según nuestro duque? La suerte y el temperamento. Salvo, sí, que el temperamento es una forma de la suerte. 
"Nuestros enemigos logran una visión aguda sobre nosotros que ni percibimos", lo que en otras palabras quiere decir que hay hombres que odian tanto a otro que terminan, por gracia de ese desprecio, asimilando de ellos algo que ellos mismos nunca habrían descubierto.
Como las fábulas, las máximas de La Rochefoucauld cuentan alguna aventura desventurada que le precedió en el tiempo; la conclusión que se extrae de aquí es que la moraleja es enseñar lo inútil que es evitar lo indeseable: "Se honra el enemigo cuando no se le muestra compasión en sus desdichas", lo que quiere decir que hubo también personas que se compadecieron de las desdichas de sus enemigos. El Nietzsche más cruel ha hecho estragos con estas ideas del duque. 
La conocida expresión "nadie escarmienta por cabeza ajena" bien puede fortalecerse con esta reflexión: "En las conversaciones vemos cómo el interlocutor pierde el conocimiento y vuelve en sí, según contamos asuntos que no le conciernen o sí, [respectivamente]".  
Ya que dijimos que nunca se es demasiado fuerte porque nunca nada es demasiado y porque nunca nada es fuerte, suponer la gravedad de un fenómeno también es un abuso de la estadística: "Los bienes y los males que nos suceden nos afectan según nuestra sensibilidad y no según su magnitud". 
La máxima central, o una de ellas, es la que sigue: "Cuando se es infeliz lo único que queda por hacer es aparentar que no se lo es". Con la tristeza no hay negocio y tanto es así que resulta ser lo más difícil de ocultar. Aparentar ser feliz no es más que la búsqueda desenfrenada de salir de ella. 
Sabemos de la lucha de todo más o menos buen escritor por salir de la esclavitud estructural del lenguaje; cuando el duque dice: "Preferimos ver a quienes hacemos bien que a quienes nos lo hacen" se está diciendo una contradicción: hacer el bien es hacer el mal. 
El auto boicot del tan mentado histérico psicoanalítico tiene su mejor expresión en el duque de este modo: "El amor propio puede hacernos enemigos de nosotros mismos". Como se suele decir que, entre los hombres, son más la coincidencias que las diferencias, se puede decir que el yo pertenece más al grupo que al individuo. Pero si es tal como dice Lacan en su figura de Shylock -el avaro judío de El Mercader de Venecia- y la libra de carne: uno expone el cuerpo -no tiene otra cosa- en pos de "encontrar las curas de nuestras miserias" como rellena La Rochefoucauld. 
La bondad tan referida y maltratada que esgrimía el chinchudo Beethoven es una amenaza de castigo, una sirena chillona que al tiempo que ríe proclama consecuencias; el duque lo dice así: "Ser bueno es que los otros sientan que no pueden ser impunemente malvados con nosotros". 





* Las frases encomilladas son, o bien la máxima de La Rochefoucauld, o bien una suerte de paráfrasis de ellas.