Consideraciones lacanianas (II)










A partir de la entrevista hecha por Madeleine Chapsal, publicada originalmente el Viernes 31-5-1957 en L'Express. Entrevista también nominada y citada como "Las Claves del Psicoanálisis". Traducida al castellano por Marco Mauas. 



Empezando por el final.
La pasión de Lacan es la palabra. Aún cuando sean amplios sus conocimientos, universales, es claro que su afán es descifratorio.
Es allí donde es endeble Lacan, da traspiés después de decir algo que resulta valioso, atractivo, poético. Defender el psicoanálisis como una posibilidad de que un sujeto conozca su "historia", tal como él lo dice o lo dice traducción ad hoc, por ejemplo, es uno de sus traspiés. Allí es donde el yo de Jacques Lacan lo asfixia -usando presupuestos lacanianos- y lo torna panfletario, dígasele dogmático, como le sucede a los mismos lacanianos. Tomemos como ejemplo la aseveración que hace después sobre la personalidad: Lacan habla de la personalidad, es decir que acepta la existencia de la psicología que se ocupó de este término. Dice que hay que revisar ese término -eso es decirse a sí mismo que se tiene dudas (que no sabe)-, pero no pide, en cambio, que se revise el término de historia relacionado por él mismo al de conocimiento y al de inconsciente. El destino del individuo no puede sustraerse a estos traspiés: el hombre habla lo que ama. Lacan habla Freud. No obstante la insistencia de recuperar a Freud corre el mismo camino del traspié. Esto muestra la contingencia del discurso de Lacan, que pregunta ¿por qué Freud como libro de mesa de luz? No hay por qué. 
Una de las cualidades del psicoanálisis, al ver de Lacan sería que, teniendo muy en cuenta la figura paterna -Los Nombres del Padre, en plural es más gráfico puesto que el Padre apetece darse importancia y reaparece con distintos nombres-, profesa lo contrario al sentimiento de intimidación. El experto intimida; como se le ocurre en este caso, un economista. El experto tiene la llave de un asunto que nos incumbe. De ahí que ley y llave sean lexemas que retornan entre sí desde su lejanía. Abrir una puerta hacia algún lado con la llave, la ley de Kafka, de aquel relato famoso. Pero la intimidación que se maneja aquí es la idea de que el experto nos posea, lo cual es cierto pero con la exclusiva y curiosa particularidad de que nos posee para él, para el experto. El experto desde siempre, desde su etimología de experimentado es un circunloquio para referir la relación entre la capacidad condensadora adquirida -consumidor de un pasado- de las conductas observadas en lo animal y su previsibilidad. A la postre, puede manipularlas.
Cuando se habla de un estructuralismo del psicoanálisis se supone la idea de que el yo no es el centro del sujeto. Donde se habla de yo se habla -véase- de psicología de la conciencia, decimonónica. Al referirse el sujeto como segunda entidad más "realista" se supone una intersección en el cuerpo del individuo y se cree que se ha entendido mejor algo (lo cual es cierto: esto es significar). El individuo ocupa el lugar de una intersección, una encrucijada. 
Lacan se esmera -puesto que es asunto ético o de orgullo próximo a la herida, al descalabro de la conformación de su yo freudiano- en defender a Freud de su acusación de irracionalista. La acusación es inútil: no se sostiene sin la binaridad. Donde ven irracionalidad en Freud, hay racionalidad. Dice Lacan que Freud buscó una razón en el territorio de la sinrazón, allí hay otro traspié. La ciencia, inculta del palabrerío a que nos somete el lenguaje, postula un método científico desde su militancia, por lo general ciencia periodística y se ocupa en una memética, que pudiera llamársele también tópico, según el cual se lee que hay que derribar mitos. Esta militancia tiene ya acuñación de su jeringonza: dice "timo". Dice "estafa", dice "engaño". Curiosamente no sabría qué hacer con la poesía a este respecto aunque el ejemplo del desprecio hacia la figura de Sábato por parte de sus colegas y profesores cuando abandonó la física para dedicarse a las letras puede graficar algo. Sin embargo, la ciencia y el psicoanálisis, siguiendo este artículo, buscarían lo mismo: la cura, que no se sabe realmente que es. Nada importa qué sea la cura, lo que importa es que en sus furcios terminológicos tanto una y otra disciplina establecen una ética por la cual disparan sus flechas hacia uno y otro lado con las que acusan los respectivos métodos. Léase "acusa" como defienden lo suyo en atacar lo ajeno. Véase como se presta al equívoco (acusar de "poseer" y acusar de "atacar"). Lacan dice aquí: "La experiencia freudiana no es del nivel de la organización de los instintos o de las fuerzas vitales." Esto es lo que cree tener claro esta disciplina, el psicoanálisis, que no se puede trabajar sobre ese espacio y que ni aún la ciencia podría hacerlo. En esta entrevista, con la vaguedad e impresión que le caracteriza, Lacan se aleja de la noción universal de la neurosis derivándola por momentos a ciertos individuos y así contradiciendo su discurso -cosa que no quita el sueño- y da una definición de la neurosis: la enfermedad que habla. Con ello se refiere que el hombre -en esta terminología psicoanalítica sería "el sujeto"- no se está quieto ni aún cuando no se queja. Se mueve en un territorio construido por la palabra. La palabra es la unidad básica de sentido: aún cuando se considere que hay un sentido para la letra "a", por ejemplo el de lo referido a "mujer" el "aleph", el número uno, se regresa a las palabras. De aquí debe considerarse que la lingüística es de donde parte toda ciencia de los signos y aquí hay otro elemento que comparten las dos disciplinas señaladas: aún cuando los signos no tengan correlato, deberán, para manipularlos, encontrarles el correlato, lo cual se traduce en un sentido y la característica de los signos es que no se dejan doblegar si no se les otorga la atención que piden. Dicho de otra forma, ya que eso siempre hace Lacan, la sexualidad es el lugar de una palabra. Por ello Lacan pide que si se quiere comparar al señor Freud con alguien se lo haga con Jean-François Champollion, padre de la egiptología, descifrador de los jeroglíficos. Niño índigo, acaso. La relación entre los signos individuales de cada jeroglífico tiene su función, es decir, comienzan a ejercer un trabajo en tanto y en cuanto actúa en conjunto. Eso es el sentido, la capacidad de transferir algo. En el caso del nacimiento de la egiptología con el desciframiento de los jeroglíficos, se puede comparar con la represión en el sentido aquí dado. No hay ninguna represión en el sujeto del mismo modo que no la había en los jeroglíficos. Los signos estaban allí. El que no se los pudiera transferir no implicaba que desaparecieran. Esta es la equiparación que se da con lo que se supone incomprensible y el síntoma. No era el jeroglífico, en cuanto signo, diferente a los rituales de apareamiento de ciertos animales sino sólo en su particularidad. Como se dijo, el síntoma no se reprime, retorna como sea, indefinido, porque no adopta un sentido. Lacan da el ejemplo de la homosexualidad, que nada tiene que ver con la genitalidad -debe tomarse muy en cuenta en principio esa diferencia-. La homosexualidad es el resultado (un efecto) en la sociedad de un síntoma; el sentido que adquiere en la sociedad es el de esa palabra y todo el conjunto de asociaciones semánticas que se suelen hacer en el eventual lector de tal asunto, todas las conductas y relatos de que un individuo pueda tener registro sobre ello al dispararse esa palabra. Ya que la homosexualidad es el resultado en la sociedad del síntoma, el individuo sujeto a esa cuestión reprime -cuando lo hiciera- lo que puede reprimir (jamás el síntoma): el contexto de la palabra, donde se expresa lo que le afecta. Ese contexto de la palabra que hay en torno a eso: perversión, desvío, rareza, mujer, ano, promiscuidad, debilidad, sida, etc. En las palabras de Lacan: "no quiere decir que rehúse tomar conciencia de algo que sería un instinto -pongamos por ejemplo un instinto sexual que quisiera manifestarse bajo forma homosexual- no, el sujeto no reprime su homosexualidad, reprime la palabra donde esta homosexualidad juega un papel de significante." Dicho en otras palabras: la homosexualidad no importa cuando se manifieste, importa qué pasa cuando se manifieste (ya que no se manifiesta la homosexualidad sino que eso mismo, la palabra con que se nombra, es su cristalización). Así Lacan diferencia necesidad (un grado que no le pertenecería al psicoanálisis) de lo reprimido.
Retomando el decifraje, el problema de todo síntoma es su aislamiento. La confusión es justamente la monstruosidad, la anormalidad cuyas metonimias son lo excéntrico, lo desviado, lo que está fuera de foco, incoherencia (todo se resume en la "asimbolia"), o lo que se nos ocurra en esa cadena semántica. Curiosamente el sentido de antiguo de monstruo condensa cierta agudeza epistemológica: lo digno de ser mostrado. En otras palabras tales como lo ex-céntrico: lo que es único siempre llama la atención. 
Por ello Lacan intentaría comprender la noción de repetición en el síntoma, es decir en lo asimbólico, como la imposibilidad de su represión.
Según la entrevistadora los jeroglíficos no estaban reprimidos, pero según Lacan sí lo estaban porque el papel que cumple en el sujeto lo que reprime un deseo, lo cumple la cultura del hombre que no conocía el jeroglífico. La advertencia de Lacan -que no lo libra de ser totalmente esclarecido- es que la entrevistadora entiende por represión lo descartado, lo reducido a polvo, por así decir, a nada. La verdad reprimida -aquí debe transvaluarse verdad de idea a verdad de síntoma- se expresa siempre transpuesta al lenguaje que le sea posible, universalmente uno neurótico. 
El goce no cae en un abismo (una nada) es lo que se expresa, es la clave del nuevo lenguaje. 
El lenguaje neurótico no es una lengua muerta, tampoco es una lengua privada porque es ininteligible para el que la formula. La figura de lo que intimida -entiéndase en intimida no tanto temer sino más bien poseer- reaparece porque es ella la dadora de sentido. El lenguaje neurótico está dirigido a un Otro y es por eso que es entendido por uno otro. Esto es lo más débil en Lacan. El lenguaje neurótico más que dirigido a un otro -aunque reaparece la confusión metafórica del lenguaje, el equívoco- se establece a partir de él, como quien construye a partir de un obstáculo. Partiendo de la neurosis (siguiendo la idea de que si hay neurosis, se está vivo) la obsesión y ya su complicación, su cuadro, su encuadramiento, su acostumbramiento implica básicamente una sobrexigencia o una exigencia -es la misma patraña- lo que se traduce como un abuso del cumplimiento. Allí lee Lacan los mecanismos corroborativos como ser desde la minúscula corroboración de haber echado llave a una puerta o volver a mirarse rápidamente en el espejo antes de salir a la calle después de haberse mirado antes largamente. Entiéndase aquí el juego lexémico anterior ley/llave: la ley, el mandato allí era echar llave, cerrar muy cerrado, lo que se debe hacer cuando se sale de la casa. La obsesión está interferida por una inseguridad de consecución del acto. La obsesión colinda, entonces, con el lexema de desperdiciar. El famoso décharite (no hay caridad allí, y también hay descaro). 
Finalmente otro traspié: toda la obra de Goethe, la refiere Lacan, como una obra de psicoanálisis. Interesante tener presente que habrá, malestar en esta asociación para los dilectos de Goethe: esto que dice Lacan es efecto de su predilección, de modo que hay otro dilecto -puede entonces decir lo que quiera-: "Ya que en Goethe es manifiesto: su obra toda entera es la revelación de la palabra del otro sujeto. El llevó las cosas tan lejos como se puede hacerlo cuando se es un hombre de genio." 
¿De qué otro sujeto habla?, se preguntará: el inconsciente es ese sujeto para Lacan, la memoria del hombre que no suele llamar la atención de los más.
La definición de cura, finalmente, pisa fuerte porque tiene éxito en otros célebres, Aldous Huxley por ejemplo: se cura algo para poder enfermarse, es la idea que tiene el revés del mito del pecado capital como verdad mucho más antigua y que está presente en muchos más y otros célebres.
Un ejercicio budista como el de Wittgenstein, algo que si no lo dijo Carroll hubiera podido decirlo ya que es absurdo: "se puede responder lo que se puede preguntar" es la misma patraña que "se cura lo que es curable" tal como enuncia Lacan en esta entrevista.