Un pedazo de El suplicio de las moscas (II)













En este libro breve a menudo el búlgaro se repite y para colmo, su sombra, digámoslo así, se aventura a deslizar como tema esta cuestión alrededor del tópico "los nombres". Es el nominalismo "los nombres". Una filosofía eterna. Esa sombra que atribuimos a Canetti es una suerte de monomanía traducible en una monotemática. El estructuralismo -y por ello el postestructuralismo- de Canetti se puede ver aquí: "Coleccionaba todas las opiniones para demostrar cuan pocas son". Cuando una persona es estructuralista sin darse cuenta, sin adhesión a escuela, como Canetti o un Borges, termina dejando de serlo más rápidamente. El privilegio de no pertenecer. "Filósofos que conocen los entresijos.
Es posible que la brevedad le haya hecho perderse lo que merece la pena en las frases, sus crecidas y estiajes, sus altos y bajos, sus venturas y desventuras. Quizá no habría que comprimir las frases, tal vez no debieran ser destilación, sino plétora inagotable. Entonces, durante todos esos años de escritura, se ha privado de ese placer encomiando en vano la ascesis de la parquedad." Debe, no obstante, ser contradictorio Canetti.  Lo que se dice a sí, bien lo pudiera decir de franceses de la segunda mitad del siglo XX. El privilegio de haber pasado por allí. ¿Palo para Heidegger-Sartre-Derrida...?: "Charlatanes de la destrucción, y en una lengua en la que existe la palabra "destrucción". En el mismo tenor léase esta reflexión: "En su Diario, Jules Renard me ha devuelto algo que había perdido hace tiempo: la inocencia de los franceses." Luego encontramos: "Los devastadores de palabras, ¿qué tengo yo que ver con ellos?
¿Qué queda de los mitos bajo sus cuchillos?" Tiene que ser contradictorio Canetti decimos, tan pronto luego hace una defensa del estilo en este ataque: "Pensar bajo luces diversas. Los filósofos ilegibles no toleran que se altere su luz."



El judaísmo -otra línea de cruce, otra forma de atravesar la mosca- de Canetti: "¿Dónde está el límite? Es capaz de dejar morir a todos de hambre, pero no puede matar a nadie." La sociedad ha enseñado muy bien a temer al delito: no se puede andar por ahí matando gente, pero sí se puede andar por ahí dejando gente morir. Pero obsérvese con detenimiento esto: es una crítica a la sociedad basada en su inercia, que se apoya en la contemplación del delito como algo beneficioso aunque siempre faltante.
"¿Si no es ahora, cuándo? ¿Si no eres tú, quién?" (Torá). Este pasaje famoso puede que recorra toda la obra de Canetti, esa desesperación que tiene por quienes fueron silenciados -no se sabe ya por qué o por quién-. (Nos paramos aquí ante el reflujo dantesco de los hombres justos que nacieron antes del año 0). Ese pasaje es una forma muy fina de decirle a la tranquilidad que es aparente. ¿Quién pregunta eso, quién dice "¡ahora, tiene que ser ahora!", "¡tienes que ser tú, no puede ser nadie más!", vertida en un imperativo de las leyes de los judíos compendiadas en la Torá? La soledad más suprema. Bécquer-Canetti: "Qué solos se quedan los muertos". 
Dentro de los aforismos antologizables de Canetti: "Todos los que aman la muerte terminan por negarla." Amar la muerte aquí, es temerle y conjurarla con un ritual para poder irse a los retiros. Los rituales de hoy son las instituciones.  
La muerte sucede donde el azar, según Blanchot -no tiene cabida en una institución-; Canetti: "... todos tendrían la posibilidad de seguir con vida en caso de morir a su debido tiempo, sin que nadie sepa determinar cuál sea ese momento." "Lo que me conmueve en la idea del Juicio Final es la resurrección de todos los cuerpos, su reencuentro." Hay una idea extraordinariamente enclenque en Nietzsche, seguramente en La gaya ciencia, donde refiere la inutilidad de recordar -(probablemente referida al saber muchas lenguas)- ciertas cosas que según él "ocuparían" el lugar que se requeriría para otras cosas "más necesarias". Nietzsche cometería la prisa, digámoslo así, de confundir la memoria con un espacio tridimensional. Canetti, a propósito de su autobiografía: "Demasiado lleno, tres tomos de memorias no le han aliviado, desde entonces hay en él más pasado que antes. El pasado crece en todas direcciones cuando se describe. ¿No debería ocurrir lo mismo con la historia? ¿O acaso es reductiva la historiografía, al contrario que el recuerdo conformado?"
Aunque no se comprenda -y aquí es donde importa algo- lo que dice Canetti, eso no anula lo que dice: "Me parece que sin una actitud distinta hacia la muerte nada podrá decirse realmente sobre la vida.
La existencia ha de ser en todas partes, si no no es existencia.
No reconozco ni una sola muerte. Que tengan que morir hasta los mosquitos y las pulgas no me hace comprender mejor la muerte que la terrible historia del pecado original.
Que algo de nosotros siga vivo o no en algún lugar resulta irrelevante. No vivimos aquí lo bastante. No tenemos tiempo para demostrar nuestra valía. Y, como reconocemos a la muerte, la utilizamos.
¿Cómo podría no haber asesinos mientras el hombre se avenga a morir, mientras no se avergüence de hacerlo, mientras incorpore la muerte a sus instituciones como su fundamento más seguro, mejor y más significativo?" Eso así dicho parece la reflexión sostenida -y por eso mismo, infernal-, de un hombre furibundo ante el duelo de un ser querido, sólo, claro, que no es por seres queridos. Bajo el imperio de esa frase recorremos esta otra: "No retira nada. Su orgullo por esa nada." No necesariamente un necio bravucón, un contradictor profesional, un orgulloso insobornable sino, por ejemplo, un caso específico: en Argentina todos conocen el caso del odontólogo Barreda, asesino de toda su familia, el caso del criminal puro, genético, no creado por la sociedad. En el juicio, hasta lo que tenemos información, el hombre -seguramente como otros tantos hicieron antes- declaró que no se arrepentía de lo que había hecho. Apoya la desmesura cometida sin claudicar, ese medio escogido. La pregunta es ¿qué es Barreda? ¿Qué es esa solución que él plantea como la única? Sin duda es de temer, eso es lo más común. Pero al no arrepentirse de lo que hizo pone su solución como un insoluble, no sólo para quienes observan el caso desde afuera sino para la institución judicial misma. Esa nada que refiere Canetti es el insoluble que referimos después. Y lo más importante es que no hay ninguna expiación. El aparato jurídico actúa por burocracia, pedaleando en el aire, sin incidir en ningún lado. Algo semejante sucede en El extranjero de Camus. Y esto viene muy al caso de la larga reflexión sobre el mito de Electra del que recortamos el final dentro de esta tópica que ya formulamos muertos-animal-mito-inadjetivable-asimbolia, etc.: "El mensajero, un anciano, es algo así como un taimado ángel de la muerte que, al proclamar la noticia de una falsa muerte, prepara una real." Esta idea es potente, porque como en el relato fantástico, que hunde sus raíces en el relato de terror, la seguridad de Clitemnestra y Egisto convierte el develamiento en un suceso de terror inmenso. Efecto de pasmo, lo inesperado. Canetti vuelve más adelante -hay una marca discursiva muy clara hacia el lector en la que dice que retomará los mitos- y dice otras cosas de las que recortamos: "Electra permanece fuera mientras Orestes asesina a su madre en la casa. Es como si la propia Electra le asestase el golpe." La idea es clara: siempre el autor material es vulgar. Un asesinato cuando se comprende como tal es siempre intelectual o mental. En Macbeth es Lady Macbeth la autora intelectual y la que parece llevar la peor parte.  



La obsesión de Canetti por los muertos es, ver el gesto antes que el sentido, no fallar nunca, típicamente kafkiano muy visiblemente en La condena: la identificación del mandato con la palabra, lo llamado vulgarmente "falta de humor" ya que tener humor es no tomar lo que se nos dice como algo fatal, exacto, redondo tal y como hace el personaje del relato mencionado: "Me divierte ver cómo se burlan de mí ciertos desconocidos que, estando a mi lado, no saben quién soy. Escucharles y comprender sus ataques, formulados en una lengua que consideran incomprensible, me vuelve arrogante."
El sentido está sucio, las instituciones existen para ensuciarse, por último, morir está vaciado, es una institución, está llena de sentido.    
Más antologizables, pero muy al caso del tópico mito-animal-muertos...: no se reprime lo animal, lo incomprensible, a un muerto no se lo ejecuta dos veces, sólo que -y esto le duele a Canetti- sí se reprime a los portadores de esas condiciones. Canetti: "Nada de lo que reprime hace mejor al hombre. La única vía hacia el cambio pasa por las metamorfosis que concibe para sus maldades. Pero estas metamorfosis han de ser acertadas y sorprender, de lo contrario incitarán a nuevas maldades. A menudo una de ellas sustituye a otra, y el juego prosigue imperceptible y plácidamente." El mal es el bien de mañana; ese bien es el mal de mañana y lo encontramos en la obra de Nietzsche, entre otros. Utilitarismo, constructivismo.



Dostoievski y Canetti: "La única gente que me resulta aburrida son los parientes" (Canetti). "Los parientes son los que menos nos conocen" (Dostoievski). Esta cercanía ciega, según las propuestas de Canetti, sostienen el estado de cosas, solidifican los estados tribales ("cada uno entierra a sus muertos"). 
A este respecto: ¿Por qué es interesante esa estructura psicoanalítica, tal y como le llaman, de las neurosis obsesiva? Precisamente en Canetti, diagnosticado -mosca perforada por nuestra aguja- por nosotros: "Jamás, desde que tengo uso de razón, le he dicho a nadie ¡Señor!, y cuán fácil es decir ¡Señor!, y cuán grande la tentación. Me he acercado a cien dioses y a todos los he mirado de hito en hito y lleno de odio por la muerte de los hombres." Uno de esos tipos de neurosis, la obsesiva, comprende una suerte de identificación con el amo muerto. [Lo miro de hito en hito, dice Canetti]. El obsesivo se siente muerto y además suele ser un postergador por no enfrentarse con él: rehúye los rituales diarios para evitar la sexualidad, es decir, la erogeneidad, el amo. Una frase de Kafka es muy iluminadora a este respecto: "el sexo es el castigo por estar juntos" (así Kafka teme la reproducción -igual Canetti, si se observa habla de gemelos indiscernibles, el pánico de la repetición en la vida misma-; no niega la muerte como la mayoría de la gente, como quien dice "va a la muerte con los ojos abiertos". Léase ahora sexo como muerte. El hombre necesita morir para continuar, el hombre necesita el sexo para continuar. 
No hay una línea divisoria entre la muerte y la vida en Canetti, el temor de la muerte se vive en la vida, a diferencia del común de la gente. Todos tienen una cruz, pero el llamado  psicopático* -puesto que lo psicopático pudiera extenderse a los rituales como el sexo que temía el Kafka antes referido-, Canetti dice: "No tiene a nadie a quien rogar misericordia. ¡El arrogante descreído!
No puede arrodillarse ante nadie: esa es su cruz." "Te has extendido tanto que ya no eres capaz de abarcar con la mirada el rebaño de tus pensamientos, y sigues sin querer domesticarlo." 
La astenia, o cansancio crónico, como se adjudicaba Cioran, no es raro consecuente de está aforística sintomatológica de Canetti; he aquí su definición poética: "Se le sienta en el regazo a la primera silla que encuentra." Y pudiera hablarse de una epistemología del obsesivo Canetti: "Asocias tan rápidamente que comparas demasiado poco. ¿O es que sólo los coleccionistas comparan?" En la filosofía de Hegel, la crítica de Adorno sostiene que la dialéctica de Hegel sería todavía subjetiva (destruye la diferencia, desecha, es totémica todavía) y no asubjetiva (donde hay convivencia de la diferencia). 
La identificación del obsesivo con el amo se puede ver claramente en que esta frase se puede aplicar tanto para uno como para otro: "Puede ayudar a cualquiera mientras no reciba nada a cambio." A menudo Canetti es impiadoso como aquello mismo que desprecia: todos los dioses.
Como era de preveer, Canetti ha cursado también esta idea y quiere exculparse: "En el fondo, su libertad radica únicamente en que no acepta órdenes ni se somete a nadie. Pero, ¿no es esa acaso la libertad de los poderosos? No, éstos dan órdenes y consideran subordinados a todos los demás." En el mismo tenor debe leerse "¿Puedes perdonarle su soledad al que por ella destruye el mundo?" Esta cuestión es otro mito y puede aplicarse al mismo Canetti. Algún mundo destruye Canetti, el de la indiferencia por la vida por ejemplo. Ese mundo es mensurable, ha encontrado sus palabras. ¿Pero cuál es ese otro mundo qué se pudiera destruir? ¿Uno que por el cual hay que censurar a su destructor? 



A menudo Canetti se observa y se desprecia:
"Un espíritu que florece a cada tanto en sus olvidos.
Los que florecen eternamente, como Schopenhauer: en ellos no se olvidó nada." En Mi hermana y yo llama la atención una frase: "ante Schopenhauer y Schumann me he sentido como ante las piedras de un molino". En otro libro, no recordamos cuál, Nietzsche dice que Schopenhauer era mucho más puro que él. Es la misma idea que garabatea Canetti. La idea que revolotea aquí es que ellos llegaron lejos -no se podría decir dónde, tal vez, la construcción de la memoria, oficio de restituir a los muertos- sin ensuciarse. Incluso, sospechamos que coincide con la idea que de Kafka ha forjado Canetti. 
A veces encontramos en El suplicio, meras anotaciones de citas que impresionan a Canetti, algunas son juzgadas por Canetti, otras no: ""La vida no es importante. Todos tus esclavos viven, todos los animales."
Séneca, ¡lamentable!" No olvidemos que para Canetti la vida es sagrada.
"Toda palabra tiene sus víctimas, sobre las que incide con violencia; a veces creo que soy víctima de todas las palabras. Sólo puedo escaparme de aquellas que escribo: me tranquilizan, me parecen admisibles. Estoy convencido de que más adelante, cuando esté muerto, ya no me alterarán, pese a que entonces, y sobre todo entonces, estarán allí." Las palabras cobran la misma altura y valor que tienen para Canetti los mitos.



La antropología en Canetti, entendida por nosotros como vertiente de Lichtenberg, ya que este hombre refería el gesto reflejo de golpear un objeto inanimado (una mesa) cuando por casualidad nos golpeamos contra él como si el objeto tuviera la culpa de topársenos en nuestro camino  comparado con lo que hacemos con los "indiscernibles" criminales; Canetti: "Wheen, a quien aprecio mucho, bibliotecario del "Victoria and Albert Museum", me refirió hoy la primera humillación que recuerda de su infancia. Creció en Australia, en Sidney, donde nunca tuvo trato con los nativos. Un día, tendría unos ocho años, toda la clase se fue de excursión con el profesor a Botany Bay, donde había una reserva de indígenas. Llevaban éstos una vida miserable rodeados de suciedad y ahogándose en alcohol. El profesor les condujo hasta un anciano que hacía las veces de cabecilla. Estaba tumbado a la entrada de una cueva y, al ver a los niños, les volvió la espalda. El profesor trató de convencerle de que hablase con ellos asegurándole que habían venido para verle. El anciano miró al pequeño Wheen e hizo un gesto de repugnancia como aquél no había visto jamás. Luego se volvió de nuevo y ya no fue posible hacerle cambiar de parecer. El asco que había mostrado fue algo que Wheen no pudo olvidar. Durante el resto de su vida se sintió un ser repudiado, despreciado.
Cuando, más adelante, siendo ya un joven, viajó a Europa, descendió del barco en Suez y se dirigió al barrio de los nativos acompañado de una muchacha. Un nativo que tenía un rostro muy bello y altivo se les acercó y le escupió a Wheen a la cara sin que mediara provocación alguna. Hablamos luego de otras cosas, y sólo más tarde le pregunté cuál había sido su reacción. No devolvió el golpe, y se sintió muy mal después de aquello, me dijo, y aún más la muchacha, que había esperado de él esa reacción, la más natural. Explicó su comportamiento achacándolo a la cobardía, y durante la larga discusión que mantuvimos en torno al asunto se negó a renunciar a esa palabra. Cuando al cabo de una hora nos separamos, me preguntó de pronto si no me había avergonzado nunca de ser blanco. 
A esta idea está la podemos encontrar también aquí: la diferencia entre exotismo y endotismo, un fenómeno semejante al de la diferencia entre literatura indianista y literatura indigenista: "Eliminar las palabras enfáticas. Que la idea misma sea vigorosa, y no la emoción con que la expresas." El exotismo sería el mecanismo por el cual el hombre no deviene de su admiración, su sorpresa o la cobardía del mencionado Wheen. La salivación recibida es seguramente, una ironía de Canetti, porque su significado era lo opuesto a lo que entendió Wheen; fue más bien, algo así como un elogio, una cortesía. 
El Dios indígena de Canetti se corporiza mejor en una mujer (pero más que mujer es madre): "El tiempo posee cierto orgullo maternal, quiere ser llenado, no recortado."



Una recurrencia entre Canetti y Dylan: "Ella le ha devorado su inmortalidad." (Dylan: "lo único que tengo que perder es la oscuridad"). Luego: "Deja hablar a todos, no hables: tus palabras le hurtan a las personas su propia forma. Tu entusiasmo borra sus contornos; se desconocen cuando hablas; son tú." La correlación obsesiva en estas dos anotaciones: "Su vida es una búsqueda de todo lo invendible." Lo que no quiere ceder, lo que ha sido aplastado porque no cedía, lo que ha sido aplastado sin reparo alguno sin siquiera saber si cedía o no, etc., etc.



El mitógrafo deviene antropólogo, y viceversa, pero ¿qué relación con el etimólogo?: "Algunas palabras tienen tantos sentidos que vale la pena haber vivido sólo para conocerlas." El etimólogo nunca da con el origen de la palabra, da con un mito. Que una palabra posea una morfología semejante a otra en otra lengua muerta, no difiere demasiado con que otra provenga del nombre de alguien de quién tenía la característica de la palabra. 



El significante más precioso que siguen teniendo los hombres sigue siendo "Dios". No se puede decir que en todas las culturas, pero en occidente sí. La prueba es que la desesperación conduce a él. Asusta el que sea tan potente está palabra porque el daño que puede causar se puede medir por el grado de su desprestigio. "Cuando no sabe qué decir menciona a Dios." Los que dicen otras cosas, como el doctor Brown ocupaba su asombro con un "¡Santa Ciencia!", es un paso de comedia, no tiene demasiado vuelo. Cuando no queda qué hacer, cuando el hombre está encerrado entre la devastación de su soberbia y siente que para salir de allí ninguna herramienta de precisión inventada sirve, se siente tentado a decir esa palabra y su asfixia decae notablemente si llega a ella con gesto de condescendencia. A las personas cultas, ya les sirve un poco menos, aunque no se puede afirmar que no caigan en ello. Pero en personas comunes muestra extraordinarios actos de puro éxtasis desolador: una procesión que sí conduce a alguna parte, entregas exorbitantes de dinero, los actos de la más baja traición, la rapiña. Los médicos cumplen la misma función. El hombre desesperado hace que cualquier forma de poder sea la solución de su vida. 
A menudo impiadoso, Canetti descarga sus fuegos contra los penitentes en serie: "Las oraciones con las que se sustraen a Dios". Dios es aquí el infierno del que quieren deshacerse, lográndolo. Elíptico, léase, "ellos lo logran, yo no". 


Conmueven (o conmocionan) ideas como estas: "He ido a parar a un laberinto formado por las ideas más extrañas, quizá porque no he temido exponerme a esta época, quizá por fanfarronería, por una especie de convicción juvenil de que era posible superarla intelectualmente incluso a ella; pero, sea cual sea la razón, ahí está el laberinto, y yo en medio, y debo encontrar una salida tanto para otros como para mí." Conmociona porque uno cree entender que no le servirá a Canetti la solución de la mayoría -las especies penitentes que referíamos antes- y si encuentra alguna solución esa no será nunca la de la mayoría. De lo que se trata allí es que Canetti se ha puesto en una condición en la que todo el tiempo habla de salvación pero no la quiere recibir de nadie. 
Luego Canetti revivifica el mito de Narciso donde se resignifica aquello dicho arriba con el de Fausto: "Eres tan bello, dice a veces, y no hay nadie a quien decírselo." Se puede decir que eso es una anotación, una mera ocurrencia. Pero es difícil contemplar que la oportunidad de esa frase no necesitara de un cuerpo sacrificial para ser dicha. 
Si hay todavía duda de que en Canetti no hay cuerpo sacrificial, bastan estos párrafos para desengañarse: 
"A quien menos entiendo es a mí mismo. Pero es que no quiero entenderme. Sólo quiero utilizarme para comprender todo lo que existe aparte de mí."
"Has huido del aliento del mundo retirándote a una mazmorra suntuosa donde no sopla brisa alguna, y mucho menos un hálito. ¡Oh!, aléjate de todo lo que te es familiar, personal y seguro, desecha toda intimidad, sé valiente, ¡cuánto tiempo hace que duermen ya tus cien oídos! Quédate solo y pronuncia las palabras no destinadas a nadie, otras, nuevas, tal como te las brinda el aliento del mundo. Toma los caminos trillados y rómpelos sobre tu rodilla. Si hablas con algún humano, que sea de aquellos que no volverás a ver. Busca el ombligo del mundo. Desprecia el tiempo, deja escapar el futuro, ese miserable espejismo. No vuelvas a decir cielo. Olvida que ha habido estrellas, deséchalas como si fueran muletas. Prosigue solo e inseguro. Deja de cortar frases de papel. Desbórdate o calla. Tala los árboles de la afectación, no son más que antiguos preceptos disfrazados. No te rindas, el hálito del mundo volverá a atraparte y a conducirte. No pidas nada y nada te será dado. Desnudo, sentirás los dolores del gusano, no los del amo. Salta por los huecos de la clemencia, desciende a mil pies. Abajo, en lo más hondo, sopla el aliento del mundo."
Porque como sabemos, la alegría se justifica por sí misma, o nadie merece mérito por ella, el sufrimiento lleva en sí mismo la única forma verdadera de mérito, porque hace de cada cosa, del sufriente y sus destellos, cosas diferentes. Pero cuando el sufrimiento se parece al de otro -es también un problema de expresión- se pierde esperanza en el hombre. Esto lo dice bien Canetti con esta reflexión: "Esa penosa compulsión que lleva a ver en todos los mitos el mismo, el único: nada más insensato, nada que me repela más. Porque la diversidad de los mitos, y sólo ella, constituye nuestra frágil fortuna y nuestra esperanza."
En el mismo tenor en que estamos, en el de la expresión repetida, obsérvense este párrafo y este poema de Vallejo: "En cada una de las relaciones de su vida debe luchar por un mínimo grado de indiferencia. Tanto ama a sus semejantes que sus pensamientos se le ocurren antes que a ellos. El peligro que entrañan sus acciones le atormenta antes de que ellos mismos intuyan lo que van a hacer. Ve los pasos que darán en los próximos días y semanas. Se precipita meses antes en su lugar. Se odia por lo que pronto harán. Sus propósitos, aún desconocidos para ellos, le persiguen hasta en sueños. No puede decirse que habite en sus seres, resultaría demasiado confortable. El es sus seres, pero más de lo que lo son ellos." Vallejo: "Oh, Dios mío, recién a ti me llego / hoy que amo tanto en esta tarde; hoy / que en la falsa balanza de unos senos, / mido y lloro una frágil Creación." Estas dos frases están juntas: "¿Qué es lo que persigue? La máxima ambigüedad." "Un dios tan diminuto que se deslice en cualquier criatura." 
No obstante el sufriente es siempre peligroso. Esta frase de Canetti es increíble y tenemos, por qué no, respuesta para ella: "Un condenado en el infierno que pide clemencia para todo el que llega." Ese condenado en el infierno termina por sepultar más al que llega. Este aforismo debe leerse con este, -no hay mucho cambio-: "Cuando está muy desesperado tiene que consolar a alguien, y de pronto siente un gran consuelo." Es la mismísima imagen tantas veces vista en el cine del hombre que desesperado por el temor a ahogarse, se apoya en la cabeza de otro y lo termina por ahogar. 
El lema del sufriente debiera ser: "aléjate de mí si realmente lo que persigues es no sufrir". 


Canetti, o el fresco de la conducta lectora moderna: "Hay en la Biblia frases que regresan a uno tras muchos rodeos y liberadas de toda religiosidad. Alguien particularmente versado en tales frases, y muy consciente de ello, era Goethe." Esa religiosidad a la que se refiere siempre está en peligro -aún en los más oficiantes- porque por cada individuo hay una religiosidad de otro tipo que se suele resumir en la palabra estética. 



Artaud-Deleuze, Lacan, Nietzsche al fin (voluntad de poder): "Lo que más nos ha confundido ha sido la aparente funcionalidad de los organismos", escribe Canetti. Deberíamos decir Lacan-Deleuze porque estas álgebras en forma de sigla SsS y CsO** no pueden andar muy lejos entre sí, (alguien pudiera decir: "eso sería irrespetuoso a su contemporaneidad"). Por ejemplo se pueden decir las siguientes estupideces: el logaritmo de Lacan es más hegeliano -más palabrero, aunque realmente no lleva a ningún Espíritu Absoluto- y el de de Deleuze más spinoziano, más biologicista. Los dos hablan de la totalidad y dicen que la totalidad no sabe nada o no sabe qué pasa dentro de ella. El sujeto visto como un órgano (organización) supone que comprende lo que emana de sí. Eso que emana de sí son cuerpos en Deleuze, significantes en Lacan (aunque Deleuze querría tener la última palabra y decir, en vez de significante, "intensidades"). 
Hay un dato a conjeturar: Deleuze y Lacan son escritores que están más de moda que Canetti. Pero la perennidad mayor de Canetti por sobre ellos puede que esté en su menos insistente cristalización en conceptos, nóminas, graficaciones, álgebras. El concepto es secundario y la idea de maduración que de él se desprende no es tal. 



Toda la historia es real. Toda la historia, así cómo está escrita, con sus pretensiones de ser leída -para que no se le haga caso este libro se lee así, en este lugar, con esta postura- no esconde nada, su disfraz es su mostración: "Odio la historia; no hay nada que lea con más placer; le debo todo." "Toda historiografía que no esté cuajada de nombres te aburre. Porque es la misma historia de siempre, lo único nuevo son los nombres. Pero gracias a los nombres la historia también se renueva. Son ellos los que la transforman de un modo misterioso, y uno se siente tentado de preguntarse si no se desarrollará exclusivamente en el ámbito de los nombres." La concepción de la historia es la de Walter Benjamin: "Las profecías que se cumplen son las que más desconfianza le inspiran." 
Por lo demás, si hablamos de historia, hablamos de memoria. 
Canetti es ambicioso respecto a la memoria: "¿Qué es el recuerdo?" se pregunta. "Sólo lo que ha pasado por el recuerdo se deja reconocer. (...) Lo alegre del recuerdo: el excedente." El recuerdo como texto, las superposiciones como el recuerdo, un efecto sinécdoque, luego el primer plano tambalea y aparece el excedente que siempre estuvo ahí por gracia y gloria del recuerdo esperando que el primer plano tambalee, entonces aparece una línea del cuadro del texto que no aparecía, como si moviéramos una lupa sobre un dibujo, como si nosotros fuéramos la lupa que no habla. El recuerdo como llevarse puesto un rosal a mucha velocidad. Luego, más luego, cuando ya nos habíamos desprendido de encima el rosal, notamos que quedaron en nuestra ropa pétalos y espinas. Pensamos nuevamente en el rosal. "Lo diluido quiere redondearse en el habla. De una única palabra deben surgir de nuevo todas las frases." La palabra es el rosal, las frases surgidas, son la atomización de ese rosal.  
Cada cosa viene a nuestra puerta a decirnos "no he terminado con usted". 
Las personas como textos: "...también existe la posibilidad de que el individuo se amalgame dentro de uno convirtiéndose en ese ser múltiple que de cualquier modo es". "... podemos devolver la vida a los que han muerto antes que nosotros recreándolos".



Tal vez la mejor forma de entender Canetti para hacer respeto de lo que el quiere para sí y los demás y cada cosa, -curiosamente Lacan para eso persiguió poner ideas en grafos, escuchamos esos pedidos y seguimos camino- resulte de pararse el yo aquí, al lado el mito. En este ejemplo: lo único capaz de corporizar esto tal vez sea la gente media -los entendidos como “iletrados”-. Curiosamente descriptos de forma parecida a su elogio de la vejez. Ellos saben qué es un judío pero no sabrían describirlos. Con ese gesto el hombre común dice mucho del judío. Los demás leen libros de historia y entienden su relación con el judaísmo, Roma, el cristianismo aquí y allá, con su persecución, con su itinerancia, con su mácula doble: el pecado original y el pecado original de ser judíos. Tal vez la historia del judío desaparezca cuando se los vea así, tal vez un judío sea su historia, eso que es por todo eso enumerado, su persecución, su itinerancia, su incapacidad de darles su descripción. Canetti: "Hay algo que sigue siendo asombroso en los judíos: los demoledores insultos que les dedican los profetas. ¡Un pueblo capaz de incorporar semejantes insultos a sus cánones religiosos!" En este sentido se puede pensar a eso que llaman judío como la resistencia al ataque, la incorporación del ataque, la devolución del ataque en cosas que eventualmente son valiosas para la historia. Esta idea es totalmente posible dentro de las cosas que dice Canetti, se puede probar sin miedo, como se prueba un zapato. Los judíos se autoexilian: los habían exiliado, luego cuando ya estaban libres y seguros no se daban por libres. Volvemos al final del relato de Kafka La condena. Más adelante Canetti da una definición del mito: "En el mito es donde primero me reconozco. Llamo mito a todo lo que entra en mí de un modo natural, como el aliento. En las épocas en que se cierra, lo llamo de otro modo. Entonces lo dejo a un lado, a la espera de que retorne su simplicidad. El mito jamás es confusión, ni siquiera el más pavoroso; en cuanto mito ha de tener rumbo y fuerza, y, finalmente, sentido, siempre que no salte a la vista." Retomando lo de los judíos, ellos aparecen a la vista como una confusión. 



La verdad, el muerto que nunca está entre nosotros. La verdad es lo no decible, frase de Yalom sobre lo que no se dice en la terapia, lo que soporta y se obstina al deseo de liberación; también esto de Canetti: "Lo que uno cuenta de sí mismo en su diario es más cierto que todo el chismorreo de los demás, porque lo cuenta para que quede oculto por un tiempo, durante el cual llega a ser cierto. 
Los demás dan rienda suelta a su parloteo, y en ese mismo instante se vuelve falso."



Lichtenberg haciéndole caso a Canetti. Lichtenberg: "Hay una gran diferencia entre creer todavía y creer de nuevo. Creer todavía que la luna ejerce influencia sobre las plantas revela tontería y superstición. Pero creerlo de nuevo es una prueba de sabiduría y reflexión." 
Canetti: "Tu alegato contra la muerte no es menos irreal que la inmortalidad de las almas esgrimida por las religiones. Es incluso más irreal, ya que desea conservarlo todo, no sólo un alma. 
Una insaciabilidad casi inconcebible."
Lo mismo se puede aplicar a la teoría evolucionista. Por que por su interpretación dejaría de ser como pretende ser: "Aversión a la teoría evolucionista. Cada vez que me tropiezo con ella siento una especie de parálisis. Me resulta tan poco creíble como la teoría de una creación y, en cualquier caso, menos brillante. Todo es remitido a enormes lapsos de tiempo, a intervalos que jamás seremos capaces de imaginar. Como resorte que garantiza la aptitud de nuevas formas se cita la supervivencia, de forma que la muerte en masa se convierte en algo útil. Para que surja algo nuevo ha de sucumbir una infinita cantidad de vida, una idea monstruosa que en realidad procede del ámbito del poder." Es posible imaginarse un muerto resucitado -de los que quiere Canetti- que diga, como el que despierta de un sueño precioso, "¿por qué me despertaste?". Canetti: "Este deseo de permanecer, una especie de contabilidad." "¡Cuánto me han irritado los que abandonan dignamente la vida, cómo me he esforzado por rebatirles y denegarles lo que sin duda experimentaron!
Hoy pienso en ellos con ternura, aún podrían estar con nosotros, —¿trataría de convencerles ahora? 
Que alguno regrese a mí, uno solo, y renunciaré.
Pero mientras no regrese ninguno, me quedo." Esto, es, básicamente, lo que recordamos Nietzsche dijo en El Anticristo sobre los que murieron con una "paranoia saludable", que dice "yo sé, estoy justificado", etc. Por eso es más potente la idea de Canetti de que no debieron morir, porque precisamente lo que opine un hombre de su vida es muy superficial, siempre hay entrelíneas. El hombre debe ser superado, esa idea repetida con manía por el filósofo alemán es el quid aquí si pensamos que el hombre es la idea que se tiene de sí. El hombre no es la idea que tiene de sí. 


Definitivamente el terror que tiene adentro del alma Canetti es expresionismo en el cine japonés de terror. No es casual que El grito de Takashi Shimizu -decimos el director japonés y no la versión americana, porque el motivo viene de allá- tuviera el mismo nombre que El grito de Munch. Canetti: "¿Realmente has podido pensar que una guerra que dura ocho años no deja secuelas? 
S. es esa secuela." La idea aquí, no es simplemente, el que muere a secas, sino el que muere espantado. La homología semántica en la traducción del título ("El rencor", "La maldición", "El grito") muestra un estructuralismo aquí. En este sentido debe incluirse la noción de pérdida en el sentido trágico de la palabra, es decir insoluble. No como la primera vista de la idea recurrente borgessiana de pérdida: "sólo pierdes, repites vanamente, sino lo que no tienes y no has tenido nunca". Increíblemente la idea recurrente de Borges reafirma lo que dice Canetti. La idea de Canetti dobla en dos la idea de pérdida y pone en la mira el dolor de aquello que nos ha erosionado en la vida en aquello que no nos interesa, aquello que nos es indiferente, esa cancelación de cosas y seres que hacemos a diario. Esto le ha venido a todos a la cabeza, es indudable, y se desprende de las formas de poder donde el hombre defiende inercialmente el corto espectro de su mira y por fin se pregunta ¿por qué no defender lo que no conozco, lo que no me alaba, lo que no nos cuida?  



El gen del escritor, el gen del abismo. Esperando que un divulgador presente un próximo estudio científico donde se constate esta conjetura de Canetti y diga que alguna cosa como que se ha comprobado que las personas con afición al arte son más melancólicas -a pesar de no tener que pasar, necesariamente, por un episodio melancólico-: "Su memoria declinó y se hizo escritor. Desde que debía buscarlos, sus impresiones y recuerdos se le volvieron ajenos e inesperados. En la oscuridad cobraban color. Debía estirarse mucho para alcanzarlos. No aparecían de inmediato. Se volvían más insistentes al desfallecer, más sueltos al sumirse en el sueño." Este gen Hamlet o también llamado el gen de la ambigüedad tienta su expresión en todos los hombres; cuando ya se expresa definitivamente, el organismo no tiene otra cosa que hacer que dejar de desconocerlo y regido por el principio-máquina según el cual el principio número uno -lo que está más abajo, voluntad de vida en Así habló Zarathustra- es el de "no importa qué aparezca, importa más seguir", convive con él. 




* En el lacanismo hay una insistencia, la misma consiste en negar el sentido del término "psicosomático". En el mismo trance se llega a negar el sentido de "psicopática". Ambos ejemplos de palabras compuestas resultarían un pleonasmo. 


** Sujeto supuesto Saber, y, Cuerpo sin Órganos, respectivamente.










Las citas de Canetti son tomadas de la Edición en español de la Obra de Elias Canetti a cargo de Juan José del Solar B. Grupo Anaya, S. A. Anaya & Mario Muchnik.




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