César Aira — Diario de la Hepatitis










No llega a cincuenta páginas. Kipling tiene un relato que se llama «El cuento más hermoso del mundo». Este, de Aira, es, sin duda, el librito más hermoso del mundo.
Tal vez se llame así por lo que dice la contratapa -quién se atrevería a dudarlo- el lenguaje es un virus, como decía Burroughs. 
Este librito tiene un a manera de prólogo: imaginemos a César Aira como el se imagina, deshecho por la desgracia, condenado en alta montaña, hundido en la nieve, o loco, haciendo sus necesidades en su camisa de fuerza, oprobioso, etc. Aún así, dice, no escribiría. No por todas esas desgracias, no podrían detenerlo, sino porque no tiene ganas. Porque está cansado.




El viejo asunto oriental de la relación entre las cosas: el canto del pájaro ¿dónde está? Sólo existe ese canto porque existe quien lo escucha, o sea quien lo escuchó. Eso tiene mucho en común con escribir un libro, sobre todo ese que quiere escribir Aira: uno sobre el Taladro, mejor definido como «el regreso atorbellinado y metálico de un muerto a la vida».


Aira se queja de la meditación, ¿dónde están los temas? Siempre importan los contenidos. Nadie enseña la meditación. El problema de la enseñanza es la motivación pedagógica. Nunca se vuelve contenido. 


Hay imaginación de escenas hipotéticas. Aira perdido en calle. El laberinto es una línea recta, la calle donde está. Siempre se está perdido donde se sabe donde se está. Luego dice que la calle estaba al revés, que iba bien, pero que en dirección contraria porque tenía el mapa del lugar al revés. A diferencia del mapa, esa calle, la Rue de Rivoli, tiene "por suerte" revés, es real. 


La anotación siguiente, curiosamente, se refiere a la entropía. Aira ha buscado su definición en una enciclopedia de "datos útiles". En Aira hay dos insistencias más o menos verificables: los helados, posiblemente de limón, y la memoria. Él recuerda todo o siempre lo olvida todo, por ejemplo, la definición de entropía. Le quedan los ejemplos y para colmo no recuerda "de qué" son ejemplos. En este caso sí, el de la entropía: nueve hombres en un tres por tres (dibuje un cuadrado, divida en cuatro cuadrados simétricos a el gran cuadrado y los vértices que forman ese dibujo son los nueve hombres). Esos hombres reciben la orden de dar un paso a elegir: adelante, atrás, derecha, izquierda. Así las cosas: el desorden se produce al principio. Es efecto de brujería. Aira, dice, lo sabe todo de brujería. Lo sabe porque le han hecho un hechizo. Lo han hecho. Totalmente embrujado el hombre. ¿Cómo sabe todo de brujería? Porque de brujería no se sabe, tendría que haber teoría, como en la pedagogía. 


Escribir es como estar embrujado también. Toda esa juventud demente que pasa por todos esos pasos hasta llegar a escribir, todos esos rituales inexplicables, esos preliminares, llevados a cabo. No serían posibles sin estar embrujado. 


Este librito tiene un desasosiego delicado. Saber, por ejemplo, que la actividad central del cerebro (cerebro central) está dedicada en gran porcentaje a funciones de supervivencia (equilibrio, coordinación, atender el llamado) permite pensar en el territorio de la expansión de la conciencia. ¿Dónde está? Llamemos hábito a aquellas funciones y resto a la expansión. La libertad con aquello que no es la expansión. Si la libertad es el hábito, a la expansión nada le interesa la libertad. Una vez expandida la conciencia de la mente ¿quién se dio cuenta de qué paso eso? ¿Y para qué? Sin embargo la mente se ha expandido y volverá a encontrar nuevas funciones que la ocupen en casi su totalidad -tache "casi"- integrando la expansión. Algo degradado como la ficción (literaria) rompe con la escalada de la teoría de las conciencias que engendra conciencias. Pero es lo mismo. 


Como si este tema fuera correlativo al que sigue, Aira se pregunta para qué lee. Hay dos leer, uno por la cultura y otro para el yo, egoísta. Este leer egoísta produce los mejores libros, porque son los que olvidamos. La maldición puede ser lo contrario: la mente en expansión, pero Aira dice que la maldición es el hábito (lo que antes liberaba). Eso se llama proyecto. Aira dice en chiste «De acuerdo, no voy a escribir más». Este chiste que supone otro que lo escucha y apoya su nuevo proyecto es el mismo ejercicio de la meditación sin temas. Entonces Aira va al Tao "de la inacción", la gente no lo captó: el irá «corriendo como un loco, con la cucharita entre el índice y el pulgar, bien alta». No escribirá, dice, jamás. Hay gente que quiere ser Joyce o haberlo sido, estar escribiendo el Ulises. El Tao es como ser algo, en este caso un escritor, o como dice el maestro aquí citado: tener dolor de muelas e ir al dentista. Es, ir al dentista, el Tao de la inacción. Aira vuelve sobre el Ulises: «es nada». Que lo digan y lo sepan. Su amenaza: la profesión de escritor, «eso le sucede a cualquiera». Joyce solía ser un cretino que se tomaba muy en serio y a su obra, por ejemplo, pedía que escribieran sobre un libro que todavía no había terminado. Beckett lo hizo, pero sin hacerle caso. Escribió otra cosa. Eso de Joyce es tener una vida y encima proclamarlo, dice Aira. 


Hay un pájaro que insiste en este librito. Básicamente es la inferencia del pájaro al escuchar Aira su canto. Piensa entonces que los hay imitadores como también los hay inimitables. Agreguemos que son inimitables hasta los imitadores. Pero todos ellos, imitables e imitadores se proponen ser inimitables, eso es el caos del principio en cualquier parte: «maniobras armónicas para imposibilitar la imitación».
De manera que no imitar es, por ejemplo, como agradecer el paso de las nubes sobre nuestras cabezas, lo cual es imposible. 


El Tao, ayudado por occidente y por Aira debe contemplar dos caras de una misma moneda: la procrastinación y el acto gratuito. Con ellos el Tao de la inacción se transforma en Tao de la acción. Entonces la receta de Aira para no escribir sólo puede servir porque escribió, porque fue escritor.
Ahora el llamado "continuo" ya no tiene ejemplos porque sólo se tiene a sí mismo. 


La realidad es adjetivo. El sustantivo de la realidad se llama «ondulación». Vuelven sus pasos las nubes, imagina Aira, vienen al revés: ahora es posible prestarles la atención que no se les prestó. Recién ahora esa atención es la que no se les prestó. 


La prosa -que se sabe prosa- es mecanismo de paréntesis. Usted escribe una prosa llena de paréntesis. Pueden ser oraciones si quiere, pueden ser párrafos. Se protegen así, en los paréntesis. Pero escribir, no obstante, es entrar como dice Aira en el territorio encantado de las adivinanzas. 


Como se habrá escuchado, un lema de Aira es el de que no importa escribir bien (esto es secundario) sino que importa escribir otra cosa. Al diablo fondo y forma. La misma cosa. Escribir bien es un invento de quienes creen en lo irrefutable. El que escribe escribe, como sugería un latino. Frente al malentendido, escribir bien no sirve para nada. El malentendido se burla de la refutación, el ejercicio de la contradicción. Sobre todo porque no hay forma de comprobar lo irrefutable. Sin malentendido no habría metamorfosis. El continuo es el ejercicio de los ejemplos, la profesionalización de dar ejemplos. Inerte, dice Aira. Inercia. No se le ha hecho justicia a Shakespeare, no se le ha hecho justicia a Balzac todavía. Por eso Yourcenar o García Márquez. No ha pasado el tiempo de Shakespeare ni Balzac, por eso aquellos otros dos son necesarios. 


En este librito hay poesía. Hay poesía en Aira también, como dice la contratapa. Una entrada del diario es un poema. Para escribir un poema sólo se necesita cortar la línea. El poeta encuentra cómo hacerlo. El poema en cuestión es malo pero sobre todo porque uno de sus versos es muy mejor que los demás: «Ojos que se cierran en la transparencia del aire». 


Las postales de Flores de este librito pueden ser una mujer flaca, alta, rubia, etc. que pasa por allí y repite «Vete, Satanás» u otra, una anciana en silla de ruedas que "vigila" en la puerta desde las ocho de la mañana hasta el ocaso, colocada allí por algún marchoso ayudante (justo frente a la ventana de Aira). 


Ahora, ¿qué puede tener que ver Pizarnik con, esas postales, con los sistemas de inclusiones y los de exclusiones, con la metamorfosis, con la injusticia que todavía se prodiga a Shakespeare o Balzac? "La loca", como usa en eufemismo Aira, era "una ficha poética, sin proyecto, sin sentido". Todos hoy la están buscando, como a Shakespeare. No pueden ir a buscarla, sería incluirla. Tienen que expulsarla, como a un demonio, como tienta el salmo de la mujer rubia que pasa frente a la casa de Aira.