Becket y Muharrem




Richard Burton como Becket y Peter O'Toole como Enrique II




Estos dos fragmentos, no de la obra de Anouilh sino del film de Peter Glenville (Becket, 1964) se corresponden secretamente en un sentido borgessiano (aunque Borges no conocía la química científica, no el superficial feeling, entre las personas):  

"Enrique II: Me devuelves los leones de Inglaterra, como un pequeño que ya no quiere jugar más. Habría ido a la guerra con toda Inglaterra detrás de mí e incluso contra los intereses de Inglaterra para defenderte, Thomas. Habría regalado mi vida, riéndome, por ti. Sólo yo te amaba y tu no me amaste, esa es la diferencia." 

(...)

"Enrique II: Becket era mi amigo, con sangre en la venas, generoso y lleno de fuerza. Oh, mi Thomas. 
Madre de Enrique: ¿Y yo? Supongo que no te he dado naada. 
Enrique II: La vida, sí. Gracias. 
Pero después de eso nunca te vi excepto cuando ibas a un baile, o con tu corona y tu manto de armiño diez minutos antes de las ceremonias oficiales cuando estabas obligada tolerar mi presencia. 

Luego el Cardenal del Papa, en entrevista, lo define a él con la precisión tranquila de una flecha: "Obviamente ese hombre es un abismo de ambición."
Cuando Becket se convierte ¿dónde queda aquello que ha dado, según la voz que clama amistad perdida en el rey Enrique? En éste, justamente, como una pasión encarceladora. Al menos en la película Enrique es el único que da insistente cuenta de la particularidad de Becket. Ni siquiera el sajón que lo ataca dos veces con cuchillo, —allí hay otra frase un poco memorable— dice algo sobre Becket. La mejor es la del Cardenal del Papa antes referida, o en todo caso la relación o pliegue, o puesta en abismo según quiera el lector, que se deduce del encuentro con el joven sajón, cuando Becket se encuentra con el joven y campesino sajón referido que lo ataca y que se convertirá en su ayudante, su protegido o algo parecido. Allí Becket tiene una frase muy shakespereana, un abismal aparte dentro del aparte teatral, donde se despliega un doppelgänger apenas discursivo donde habla de su atacante, John, y al mismo tiempo habla de sí mismo, de un ser intemporal, que bien llama él "la sombra". 
Converso Becket, su discurso se transforma en gran parte en la de un idiota, un abstruso, se transforma en un obseso de la doctrina de Cristo, que a pesar de no tener a flor de piel el abismo que es, el abismo está intacto, su capacidad de entender el mundo político como constante flexibilidad se va reduciendo en función de la doctrina cristiana.  

En el caso de Un hombre temeroso de Dios (o de Allah; Özer Kiziltan, 2006), estos dos párrafos que el jeque musulmán de la Orden de Muharrem, y el tesorero de la orden, le dicen al mismo Muharrem, también se corresponden secretamente; aparte de las barbaridades teológicas, excelencias dialécticas de estudiosos monjes que se dicen, aquí se ve bien que aún una orden debe sostenerse en un mundo capitalista, en este caso específico, bajo acopio por rentas: 

"Ha habido siempre gente rica y gente pobre. Pero muchos hoy son pobres y no lo merecen. El hambre y la pobreza azotan la Tierra. Nuestra religión toma cuidado de los pobres, Muharrem. Tu corazón está bien consciente de ello. Esa es tu gloria. Si no necesitamos su alquiler, no lo tome. Pero si tenemos que sacar a un estudiante debido a eso, usted deberá elegirlo. Yo no aceptaré como mío ese pecado. Allah le ha dado esa responsabilidad. Ese ilustrado corazón suyo sabrá tomar la mejor decisión. Debe saber que esta es la razón por la que usted ha sido elegido para esta misión. No creo correcto interferir con la caridad. Si se llega a saber que solicitamos bienes para esta familia y así también ayudar a recuperar nuestro alquiler, nuestra organización podría afectarse."

(...)

"Primero usted lanza a un hombre que paga, porque él bebe. Después permite a una familia pobre que no pague el alquiler, porque son devotos. Tendrá usted que lidiar con esto." 

Luego el mismo Muharrem se define a sí mismo: "Uno debe agradecerle a Alá aún cuando no nos muestre el camino."
El caso de Muharrem, a diferencia del de Becket es más precario, sin pasado disipado o estético, por hacer mención del reconocido estadio kierkergaardiano. Muharrem nunca fue más que un ferviente religioso. Y su destino es patético y más grandioso. Su destino es la inutilidad mental, bajo la forma temible de catatonia. Jamás condescendió a la blasfemia. 
Cualquier intérprete podrá decir que la inteligencia salva del patetismo a Becket e incluso, así como sucedió históricamente, es estúpidamente canonizado, algo que puede hacer pensar que es mejor la suerte de otro hombre. Además Becket tenía virtudes mundanas, y Muharrem también, aunque éste es más bien apreciado sólo por su fervor religioso lo que apareja en el hombre mundano un inestimable obrero. Al final apenas queda al cuidado de los suyos, bajo una incomprensión palmaria, incomprensión que se conjura, en el caso de Becket, bajo influencia de Enrique II y una desinencia histórica que limpia nombres canonizando.
Pero lo más diferenciable es que Becket, al principio ambicioso y calculador, es empujado en último término a Dios por la ambición. Como si su ambición nunca lo hubiera abandonado y su religiosidad fuera pura superficialidad; varias veces se lo nota meditar sobre las jerarquías en rencillas políticas, comprendiendo que la mayor jerarquía de Dios es aceptada por el mismo rey a quien es tan fiel como lo hubiera sido por cualquiera a quien se le atribuyera el mayor poder. 
Otra forma de explorar esta dicotomía entre ambos personajes es que Becket nunca acaba de ser un filósofo puro y que Muharrem, en cambio, sí. 

Pero queda rechiflando, como diría Larralde, aquello que dijo Enirque: "¡No! ¡Nadie en esta tierra me ha querido nunca excepto Becket!"
¿Quién querría sinceramente a quien es el poder mismo? Becket, con quien va el frío, es el abismo que comprende el abismo del poder. 
Quién sepa.