Terry Eagleton sobre psicoanálisis y literatura




by Billlion




Eagleton, crítico literario, desmenuza más o menos con detalle, allá por 1983, en un famoso libro suyo sobre literatura, el psicoanálisis. Deja en claro que Freud relacionaba al psicoanálisis con la economía: "'En última instancia, la motivación de la sociedad humana es de carácter económico'. Esto no lo dijo Marx sino Freud en sus Conferencias sobre la Introducción al Psicoanálisis.", dicho argumento condensa otro tópico de la obra freudiana, el principio del placer, que esta relacionado a la sociabilidad. Entre tantas definiciones del hombre desde Aristóteles (animal racional), Nietzsche (animal simbólico), etc. Eagleton refresca que Freud tuvo la propia: animal neurótico. Y a su vez advierte, muy atinadamente, que no hay razón alguna para considerar al animal como carente de una "supuesta" neurosis. Es importante observar las connotaciones de, por ejemplo, las tres definiciones del hombre dadas. La neurosis involucra más que mecanismos estudiados por lingüistas, mecanismos biológicos, o pseudobiológicos si se quiere. Pero para saber qué es neurosis, conviene observar qué se ha dicho sobre el inconsciente, palabra improbable como le objetara el mismo Jacques Alain-Miller a Lacan. Del inconsciente, dice Eagleton: "el lugar donde relegamos los deseos que no podemos satisfacer recibe el nombre de inconsciente." Como se puede ver, la neurosis está claramente prefigurada en la definición de inconsciente, aunque ambas cosas sean meras palabras: si el hombre tiene inconsciente es porque tiene neurosis. Se sabe que el psicoanálisis actual suele argüir, casi como una obviedad, que "todos somos neuróticos". 
Más adelante diremos porqué Eagleton no está de acuerdo con la crítica según la cual Freud reduciría todo al sexo (pansexualismo), sino que más bien le interesa el sexo porque ha sido un lugar vedado a la investigación en la tradición occidental, tampoco es que se pudiera decir mucho de él. Pero la idea del sexo, la sexualidad en el infans (llamado también prematuro biológico, porque aun no ha anclado en el placer social) evidentemente siempre se presta a confusiones: tiene una volatilidad tal que ha llevado a cualquiera a concurrir en la acusación de pansexualismo freudiano. Esa aversión hacia Freud no es caprichosa, la poca claridad del término es cierta puesto que de alguna manera parece Freud estar llamando de un modo (sexo) a algo que no es así. Pero se sabe que pocos como él fijaron la atención en este tema. Entonces intervienen además de ese término, en principio entendido casi como pornográfico o amoral por carente de gusto y, claro, de moralidad, el de erogeneidad, erotismo, sexualidad, libido e incluso se han interpuesto conceptos que expresan gradaciones, tal como primeridad y secundariedad. Eagleton utiliza un término, que llama la atención para referirse a las conocidas etapas de la psicología infantil (oral, anal, genital), utiliza el término "traslapar"; para referir ese término debe comprenderse que algo no se traslapa y allí es donde aparece el término libido. La libido navega esas etapas, trascendiéndolos. Se discute que es incomprobable un quiebre que Freud alega en un punto determinado de su psicología de la infancia, lo mismo pasa con Lacan. El hecho mismo de que hable de un pasaje de un terreno inabarcable (infans) a uno cultural constituye ese pasaje. En este fragmento de Eagleton está claro: "La sexualidad, para Freud, es en sí misma una 'perversión', un alejamiento del instinto natural de la propia preservación, hacia otra meta." Dicha sexualidad, se deduce claramente, es una definición de esa curva humana que pudiera definir qué es vivir, lo que está entre nacer y morir sería esa "perversión". Cuando se habla del infans, es decir del individuo vivo previo a su inserción en el grupo se habla de un autoerotismo: aquí está la confusión desagradable para muchos por la cual piensan que se está hablando de un niño y a la vez se está hablando de sexo (de alguna manera la mente asocia esos dos términos y les parece descaradamente incompatibles); se habla de infans y se dice que la libido se da impulso como autoerotismo; se pretende incluso que esta noción de autoerotismo tenga carices epistemológicos: el autoerotismo del infans describe una forma de conocer del niño. ¿Por qué se ve ese cariz? Se lo ve porque se refiere que el niño en tanto que infans es incapaz de verse a sí mismo, que no hay un yo, y que los objetos que lo rodean y lo satisfacen no son discernibles como agentes externos. Por ello no se habla aquí de narcisismo ya que este término, como es bien sabido, remite al mito griego de verse a sí mismo y sus demás consecuencias. Parece que Freud no ha hablado de sentimiento oceánico y de hecho no es un concepto acuñado por él, ni tampoco Eagleton lo refiere en este ensayo, pero ese concepto define al infans. (¿Cómo lo define? Pareciéndosele). Cuando aparece el término narcisismo al mismo tiempo aparece el término catexis, término que ha sido tomado de la economía. Escribe Eagleton:  "... el autoerotismo debe distinguirse de lo que Freud llama 'narcisismo', un estado en el cual el propio cuerpo o ego visto en conjunto se toma como objeto de deseo ('catéxico')" Este estado, el catéxico, también tiene un tinte epistemológico: el niño, ya no es infans, sigue conociendo pero ahora discierne que hay más entidades que él mismo. 
Más improbable es la cuestión de la castración en esos términos tan anatómicos. La diferencia entre varón y mujer en esa etapa. No obstante como un efecto retroactivo la fábula de la castración parece remitir a lo que culturalmente se ha dicho sobre la mujer, sobre el mito que se ha ejecutado de la mujer desde las Escrituras mismas. Eagleton: "No hay ninguna razón obvia por la cual deba [la mujer] abandonar este deseo, dado que por estar ya castrada no pueden amenazarla con la castración, así, resulta difícil ver el mecanismo por el cual se desvanece su complejo de Edipo. La 'castración', lejos de prohibir sus deseos incestuosos, como ocurre con el chico, es lo que ante todo los hace posibles." Los llamados "deseos incestuosos, básicamente, se traducen, vaciadas las metáforas y contingencias, en una prohibición y se ha referido, históricamente, que la mujer es más pasional, emocional, vengativa, menos racional, más voluble, etc.: todas características que contravienen la moral social. La idea de la represión para conformar el yo supone reprimirlos en el inconsciente y la represión no supone anulación, pulverización, (y de hecho el hombre no sabría qué es una pulverización a un hipotético grado cero, a la nada; ni aún el físico lo sabe) por lo cual se estima que el inconsciente juega el papel de repliegue, y a su vez, de alguna manera, se deja ver que la idea de reprimir es una sublimación para vivir bien, para disfrutar, para tener el principio de placer. Eagleton refiere la confusión en el uso de los términos inconsciente y subconsciente: vulgarmente se usa decir uno por otro, entonces, nuestro crítico, aclara que el inconsciente es algo más profundo que el subconsciente, en una relación semejante a la que se da entre sueño y entresueño. Queda claro, a su vez, que el inconsciente no debe confundirse con lo que los biólogos llaman organismo y que por ello Lacan lo acercó más al lenguaje al punto de atribuirle en éste su proveniencia. Eso que hizo Lacan, como una ironía, pareciera resguardarlo de las críticas apresuradas de sus detractores. Ahora, en sueños, el ego, un híbrido muy estable, opera una vigilancia superyoica y lo hace desfigurando la claridad del deseo,  expresivamente hablando. Pero Eagleton comenta que los sueños son el "territorio del inconsciente" y que la vigilancia superyoica o represiva opera la desfiguración que les caracteriza. Ya se sabe la relación que existe entre el sueño y el surrealismo. Eagleton dice: "en mi sueño desahogo en un toro la animosidad que siento contra alguien cuyo apellido es Toro." (parecido a lo que dice Borges en su conocida conferencia sobre los sueños, recuérdese: habla de la presión en el pecho). De hecho, el mismo Borges en esa referencia está prefigurando ya las técnicas surrealistas que se operan en el sueño, que son esencialmente de traslación y condensación (metonimia y metáfora). Es asimismo, notable que estas dos figuras de la retórica puedan lograr una definición plausible involucrándose entre sí, lo que muestra la sabiduría de los sueños y de lo surrealista; intentemos así: una metáfora es una relación metonímica que describe una entidad, y, una metonimia, es una relación metafórica que describe una trayectoria. Ningún purista de la literalidad podrá rebatirlo (el purismo y la literalidad son males, ya se sabe). Todo trasunta lo que discurseaba Hume en torno a la negación de la causa, el humo es signo de fuego (sobre todo para su época) se entiende que por continuidad aprehendida se ve que si no se puede ver el fuego, aún así el humo (que se ve) dice que allí hay fuego. 
Una idea poderosa que no enuncia del todo Eagleton es que el inconsciente se manifiesta crípticamente, pero Freud promovió también la idea de que la consciencia es críptica a pesar de que el principio de realidad la haga ver unívoca, o sólida, o estable (según se quiera) dato que extenuó Lacan. En todo elemento críptico empiezan a aparecer fenómenos de traslación y condensación (metonimia y metáfora) que son inseparables. Es evidente que las entidades indiscutibles que hoy día se manejan —la familia, el yo, el índice tal, la constante tal— han sufrido un fenómeno de traslación y que por ello son fenómenos de condensación. A su vez, la interpretación de los sueños de Freud, muchas veces vilipendiada, no debe verse en esos términos de falsedad-verdad; debe considerarse como en todos los que escriben ensayos, que Freud, no se dejó llevar por sus mejores presuposiciones y volvió a la doxa, la que lo reterritorializó, por lo que muchas veces terminó no considerando que para otro individuo la condensación metonímica tiene una azar personal y que por ello la interpretación se restringe. Pero es claro, como advierte Lacan, que Freud se acercó a las nociones muy manejadas de "juegos de lenguaje", "campos semánticos", "jergas", "no lugar", (muchos términos empleados por lingüistas y filósofos). Las parapraxias son el otro ejemplo de este deslizamiento y sustitución dentro de campos semánticos. Se traslada una angustia a una verificación, básicamente, o se comete un lapsus linguae que en el fondo muestra una suerte de metalingüística, estableciendo categorizaciones: alguien dice tal persona en vez de tal otra (entre ellas dos hay algo que las une en su inconsciente, una profesión, un afecto, incluso el deslizamiento del discurso, incluso lo que se viene diciendo). Este inconsciente personal, esta idea de que cada uno tiene su inconsciente, se acerca a nociones neurocientíficas actuales, como la de qualia. En el lapsus linguae hay algo del complejo del semejante incluso ya que básicamente dicho complejo entiende un sistema de igualdades más allá de la cuestión del afecto como ser los celos y la competencia entre individuos involucrados en esa igualdad. En los llamados problemas psicológicos aparece la figura de la neurosis que se conforma de síntomas, una conducta absurda. ¿Cómo se entiende como absurda dicha conducta? Nada puede ser totalmente absurdo porque para ser tal debiera ser indetectable. Su detectabilidad, su consideración como tal le viene de su diferencia con un norma de conducta. En las psicosis, advierte Eagleton, el ego ya no funciona bien en su operatoria restrictiva, pero el superyó ya ha ejecutado su acción en el sujeto, por lo cual el superyó seguiría actuando en el fustigamiento del psicótico. La presencia de alucinaciones, como un rasgo extremo en las denominadas psicosis, muestran dos elementos clave: la angustia y los otros como Otro lacaniano, los demás pero por su parte punitiva, que son el último filtro del ego en vías de disolución. Eagleton: "El lenguaje esquizofrénico, en este sentido, presenta interesantes semejanzas con la poesía." Lo que se puede desdoblar en este sentido: el de la poesía es un viaje a la esquizofrenia o a la ausencia del yo, sin desear el lado doloroso del asunto. Todo esto es indudable habiendo visto que la conciencia, instrumentada por el lenguaje, ha sufrido, como se dijo, una operatoria condensatoria. 
Dentro de la práctica del psicoanálisis hay una norma que resulta risible y hasta con tintes religiosos, y también parece budista, si se pone especial atención en ella. Eagleton la deja muy clara; se trata de la razón por la cual se justifica que el analista debe analizarse: para no contratransferir. Como dijimos, parece que entrara en una orden de monjes, la noción de secta empieza a resonar con fuerza, etc., pero, al mismo tiempo, plantea el problema de que ningún hombre puede ser neutral. Se sabe que Žižek marchó a ver a Miller y se analizó con él y que luego vinieron su libros. En el fondo, ese análisis describe un comportamiento humano casi indestructible, que describe el pasaje por una suerte de discipulado. Según Eagleton, transferencia se confunde a veces con proyección pero, aún así, hemos de advertir que dicha confusión no está mal. Se supone que la transferencia busca como fin el sujeto mismo y que la proyección es una negación de la transferencia. Otra vez hay que insistir en postulados semejantes a los de Chomsky, por ejemplo, de una gramática universal y por tanto de fenómenos de traslación y condensación entre culturas, oriente y occidente. La transferencia no dista, así, de fenómenos de trance en los que se cree que el individuo va parir un fenómeno maravilloso o poético o como se diga. Los términos de hierofanía, anunciación, del dios Mercurio, los místicos, y otras de estas aristas de ese campo semántico deben converger aquí. Todo parece tratarse de la manifestación de un dios, incluso más allá del psicoanálisis. 

El hecho de que el paciente en una análisis como en otras situaciones pueda hacer regresar recuerdos reprimidos es indudable: para ello basta observar un ebrio, o enfermo terminal aún sin necesidad de calmantes opiáceos, v. gr., o cualquiera que sufra una depresión del sistema nervioso central. Más allá de toda idea teleológica de cura, este fenómeno de alivio es indudable. Lo existía en el sacramento de la confesión. La figura de autoridad opera, cuando se presenta con la apariencia de ayuda, como un filtro del inconsciente. Según Eagleton: "Quizá la mejor forma de resumir la labor del psicoanálisis se encuentre en uno de los lemas de Freud: 'El ego estará donde antes estaba el id'." Es una idea más vieja que el mundo, Lacan tiende a decir goce donde Freud dice id (ello). Este fenómeno de "curva parlante", básicamente atacado por Deleuze tal vez en ese punto demasiado nietzscheano suyo, demasiado beat o artaudniano (o artaudiano), por ejemplo, es por el cual Eagleton entiende que Freud fue más racionalista de lo que se cree y la consideración de un racionalismo en Freud está ligada a su posición conservadora. Es eso que se presiente en la insistencia de Borges al no adherir sino con algún recelo a la obra de Dostoievski disfrazándolo bajo la concepción pleonástica de que es obra para la juventud más que para la madurez. Básicamente esta defensa de la vida sin anclaje alguno es una especie de actualización de los éxtasis del romanticismo en el postestructuralismo. No por ello no se ha de ver su realidad y actualidad; en este fragmento, Eagleton coincide con afirmaciones de Cioran o Žižek: "En libros posteriores [Freud] ve a la especie humana languideciendo en garras de un aterrador impulso hacia la muerte, de un masoquismo primario que el ego desata sobre sí mismo." Con algo de misantropía cultivada pudiera decirse que si el ego es castigado por el superego, del mismo modo el superego lo ha sido por la naturaleza, pero dicha naturaleza no pertenece a nada imaginable y es una palabra vacua, como una palabra que se usa —en el discurso de quien escribe— como sustancia. 
Para Eagleton la teoría freudiana es original, a pesar de las consideraciones de, por ejemplo, algún conductista norteamericano: Freud no es "test-icular" (no se puede someter a test). Debe referirse, asimismo, que una teoría así, larga, desarrollada, y textual, posee sus contravenenos; el sexismo que pueda haber en Freud, desconsiderando más a Dora que Hans, como anota Eagleton, más adelante o al costado, en su obra, se cura arguyendo que la heterosexualidad no es un hecho axiomático, y lo más curioso de esto es que estas consideraciones son explícitas en Freud, además de estar implícitas en sus hipótesis en torno al Edipo o dicho de otro modo, la noción de que una norma en Freud no es naturaleza. Esto se pronunciará en Lacan, e incluso en filósofos más cientificistas. Otra crítica se basa en la visión pueril y hoy entendida como disparatada en Freud, v. gr. "que la hija desee al padre", pero dichas exageraciones revelan más sobre la naturaleza lingüística de las teorías, donde muchos críticos cientificistas, toman a la letra lo que Freud dice, con el resultado de que sólo les queda recurrir a un fenómeno que Freud mismo sopesa: la contratransferencia, relacionada así a la refutación. Por ello no carece de interés que Eagleton diga que el sentido común no puede decidir sobre la verdad de las supuestas "patrañas" freudianas, sobre todo porque el sentido común no está solamente en el hombre rústico, iletrado, etc. La acusación de pansexualismo como reduccionismo de la realidad humana al sexo, según Eagleton esta salvada en la consideración freudiana de que los "ego-instintos" de la preservación se oponen o compiten con el sexo. Esto acerca a Freud a consideraciones más biológicas: si todo fuera sexo, reproducción en definitiva, la especie estaría en problemas (si no pregúntesele a las especies extintas); la especie sufre, en medio de la reproducción otros procesos que apuntalan la preservación, y, en definitiva la preservación se traslada a esos otros procesos. Otro inconveniencia ha sido la de considerar que Freud es un teórico —de hecho, los cientificistas lo asumen un científico y esa es la razón por la cual se detienen en criticarlo—, de que Freud era esto o lo otro y que porque pretendía ser esto u esto otro, no merece leerse. Dichas ideas parten de considerar que Freud representa una competencia para el estado actual de la ciencia. 
Para Eagleton Freud es "dualista". Tampoco es antietológico o antietnológico, su idea de niñez como construcción social, o su no mención de la adolescencia en su estudio de la psicología infantil mostraría su consideración del carácter artificial de la consolidación de las culturas.

Lacan, de quien han echado mano feministas, no era propagandístico sobre los movimientos (Cf. su posición frente al mayo francés) Según Eagleton, Lacan define a la zona en que el niño no puede distinguirse del exterior como zona imaginaria; dicha zona sigue existiendo en el adulto, también se sabe, aunque distinta. Según Melanie Klein, en esta etapa del niño se registraría paranoia, un fenómeno de suposición de ataque hacia el niño donde la madre es el niño y viceversa y que reconsidera la cualidad de extremo placer del infans. También, cabe decir, que la psicología freudiana es "vaga" o "conjetural" porque es propiamente una psicología del niño cuya verificación es indirecta: allí el psicoanálisis se vuelve algo conductual (es decir concluye sobre el niño, en base a interpretación de conductas). El mundo simbólico entonces comienza a operarse después de la fase del espejo, aunque ya aquí la imago del niño empieza a ser más separada, empieza a delimitarse la otredad de los objetos, o dicho de otra forma: empiezan, propiamente, a aparecer objetos. Entre ellos el ego. La importancia del yo, de su cuidado, como de la consciencia —resulta difícil diferenciar, en el mundo occidental el yo de la consciencia—, está en que será un objeto dual durante toda la vida. (dicha “estabilidad” se define en otras disciplinas como el concurso de dos fuerzas, una interna y otra externa). El rol paterno cumple aquí la función de ley, por el cual en niño entiende que la ley no está en él. Eagleton identifica el deseo inconsciente con la aparición de la ley, como hará Lacan: allí se opera la hiancia, la pérdida, en definitiva, acepciones todas de una deposición, de una suerte de resignación. "La originalidad de Lacan consiste en que rescribió este proceso —que ya habíamos visto al hablar del complejo de Edipo según Freud— en función del lenguaje.", escribe Eagleton. Eagleton da más claridad sobre el estadio del espejo, hablando en términos saussureanos: el yo y la fase del espejo se pueden comparar: el niño no se ve a sí mismo (ste) cuando ve su imagen en el espejo (sdo), pero su imagen en el espejo tiene que tener algún valor: en definitiva la identidad es un producto de la diferencia. Lo mismo pasa con el yo, cuando el sujeto (Ste) piensa en sí mismo en términos de significado, el avatar azaroso del hombre explica porqué un sujeto tiene una imagen de sí mismo diferente de la de otro sujeto (básicamente esto atinente a la consideración que se tiene hacia sí mismo más que la idea que tiene de sí mismo que tiende a la uniformización estructural). Eagleton poetiza un poco: "Con la entrada del padre se arroja al niño a una ansiedad postestructural", esto así porque las identidades aparecen en razón de la diferencia saussureana. Nada como la situación de un niño para entender que un signo presupone la ausencia de un sujeto. Puesto que la necesidad y la invalidez del niño para satisfacerla explicita el fenómeno mismo de diferimiento, de aplazamiento que caracteriza al lenguaje. 
Eagleton cita como oposición de esto a los liliputienses de Swift: "tenían que acarrear en la espalda un saco lleno de todos los objetos que podrían necesitar para 'conversar', acto que realizaban mostrándose mutuamente esos objetos a manera de lenguaje". La entrada del mundo imaginario preedípico al simbólico esta marcado por la "salvación/superación/asimilación del Edipo que constituye este mundo de diferencias, y con éstas, de roles. Eagleton explica la hiancia, o el agujereamiento del lenguaje diciendo que es "vacío". Entra así al mundo social, al principio de realidad, donde campea el deseo y donde se pasa metonímicamente de un significante a otro. Esto echaría luz sobre la necesidad de novedad (una novedad no radical) que caracteriza al deseo en el mundo social. Según Lacan el lenguaje es “lo que extrae ser del deseo” y los deseos inconscientes no son satisfechos (a pesar de decirse, en juego de palabras antitético, que el deseo nunca se satisface). Este otro aforismo de Lacan explica que la energía psíquica del infans se dirige al deseo social. El llamado objeto a, que vale como sustitución del deseo materno, la pérdida irrecuperable, es la sustitución de ese "real" que siempre se elide. Como se ve, las connotaciones religiosas del mundo preedípico son claras: el mundo preedípico es la actualización del mito del Génesis del Paraíso, por eso el Paraíso es tan risible para algunos autores pesimistas como Cioran, por dar un ejemplo; incluso hasta lo refieren "aburrido". La idea de que el inconsciente esté estructurado como lenguaje conlleva la esencia misma de los significados: éstos no son en sí, aunque sean paradigmáticos (verticales), aunque tengan la apariencia de que se basten por sí mismos. Eagleton trata de mostrar esta complicación en lo que une a Saussure con Joyce (un lingüista literario y un literato lingüista, respectivamente) y otros escritores barrocos que, por así decirlo, acercan lejanías, movimiento que define a la metáfora, y no es casual que este fenómeno se asocie a las psicosis, a lo que Lacan llame punto de almohadillado, donde el significado se estabiliza: lo que caracteriza al sueño, a la escritura de escritores (barrocos, aunque en el fondo todos los son en mayor o menor grado) es ese encolado, está condensación de entidades lingüísticas alejadas. El ejemplo básico: en un sueño una persona es dos personas. Eagleton, conocedor de muchos temas, parece estar, in ausentia, dando una definición de la literatura de Beckett muy propia de uno de sus críticos, asociado a este tema: "Si tuviera presente ante mí la totalidad del lenguaje cuando hablo, no podría articular ni una sola palabra." En Beckett, en su escritura, muy ligada a Joyce, el barroco de su antecesor le oprime, no por ello deja de ser barroco. 

Retomando el tema de la parapraxia o el fallo práctico, hemos dicho que parece revelar una metalingüística, una acción desmultiplicadora, en términos de Barthes. Probablemente Beckett haya operado por su influencia joyceana una acción desmultiplicadora y por ello una metalingüística. Donde Joyce suma, Beckett puede que reste, pero integrando la suma joyceana. 
Muy actual, esta idea "como sugiere Lacan, nunca queremos decir precisamente lo que estamos diciendo y nunca decimos precisamente lo que queremos decir", refiere el movimiento mismo del deseo, o el principio de realidad referido. Eagleton define el estilo de Lacan como "sibilino" pero a la vez dice que muestra que Lacan apostaba, no conscientemente, sino inconscientemente, a un estilo en que la noción de claridad de la Ilustración no es natural, que es una "ilusión prefreudiana". 
Eagleton divaga con el pronombre "yo", “sujeto de la enunciación”: el pronombre está en lugar del nombre y el nombre está en lugar también de otro nombre: esto es el deslizamiento significante lacaniano. A propósito de esto, la novela de Galdós El abuelo dice en su protagonista este improperio a una figura de autoridad, lo  que resulta muy ilustrativo: "Tú eres el alcalde, tú eres el alcalde, porque tiene que haber cualquier cosa". Ese, justamente es el sentido del deslizamiento, el alcalde es una figura estructural: donde se dice alcalde se puede decir "intendente" o elevar más el nudo de esa estructura a "jefe ejecutivo" o "presidente". El "retoque" lacaniano del pienso cartesiano (re)ilustra este punto: “No estoy donde pienso, y pienso donde no estoy”, frase muy celebrada. Así el ser (preedípico) y el querer decir (edípico) es la división constitutiva del sujeto. En tanto los textos (todos sus tipos) muestran la producción misma, y no cómo se produjeron, se suele relacionar la producción misma con el fenómeno preedípico y el resultado al edípico. Las obras modernistas (obviamente, modernismo anglosajón y literatura con un núcleo europeo, por contagio) tratan de mostrar lo mejor que pueden este proceso inasequible que dijimos aquí como "preedípico"; en otras palabras es como si quisieran acorralar lo que se esconde para que al fin se manifieste. Esta literatura, entre cuyos ejemplos Eagleton cita a Brecht ¿qué termina haciendo ante esta persecución? Termina desnaturalizando el resultado, mostrando que pudiese haber sido otro. Así, un proceso de selección está íntimamente relacionado a toda producción, dicho por Eagleton en el caso de una película: "Lo “significado” –el significado de la secuencia- es más bien producto del “significante” (las técnicas cinematográficas) que algo que lo haya precedido." 

Eagleton se refiere a Althusser, influido por Lacan, para abordar la relación entre ideología y ego. "para él los individuos humanos son producto de muchos determinantes sociales diferentes (...)  esos individuos pueden ser estudiados simplemente como funciones o efectos de tal o cual estructura social, que ocupan un lugar en una modalidad de la producción, como miembros de una clase social específica, y así sucesivamente." Esta visión sobre la ideología Eagleton la opone al sujeto, quien requiere de no verse como función, como bujía o engranaje; el sujeto no se ve como objeto para poder realizar cualquier cosa que haga. El sujeto, retomando lo que decíamos antes, se ve mesiánico, angelado, angélico, nuncio, epifánico, etc. Por un lado la identidad, el yo de cada uno esta ligado a lo que hace y eso que se hace se sublima para poder hacérselo, no se lo combate o fustiga. La idea social, por así decirlo, de "libertad" que se desprende de estos razonamientos (no tal vez la alguna vez propusiera  Žižek: nuestra libertad está en lo que no somos) es ésta. 
Esta "idea social de libertad" también el psicoanálisis la muestra clara: como dice Eagleton, se relaciona el sujeto con la sociedad y sus nichos como si tuviesen alma, por así decir, como si fueran una persona a su vez, que responden a nosotros, que crean la fuerte ilusión en nosotros de que nos valoran y esperan algo de nosotros, lo mismo que la relación con la madre preedípica. Otra forma de decir esto es "idilio", "amor", etc. Esto sería para Althusser la ideología (pudiera llamarse de otra forma so pena de que el marxismo ha sido un virus poderoso y de ahí la palabra); en un ilustración de la cotidianeidad, la ideología se define como todo aquello de lo que conseguimos satisfacción. Eagleton confirma en Althusser algo dicho arriba: "En cuanto a la relación de un sujeto individual con la sociedad en general, la teoría de Althusser es como la relación de un niño pequeño con la imagen-espejo de que habla Lacan." Pero para Eagleton hay fallas en la visión de Althusser e "incomprensión de Lacan" (típico ejemplo de crítica pobre que no desarrollaremos porque la obra de Beckett, por ejemplo, que dice "conocer" Eagleton aclararía mejor que ese tipo de afirmaciones "incomprensión de Lacan" son, básicamente, baladronadas).
Pero vale decir que Eagleton adhiere a la teoría lacaniana diciendo "Podría decirse que el inconsciente está más bien 'fuera' que 'dentro' de nosotros o que existe 'entre' nosotros, como sucede con nuestras relaciones." Entre nosotros, entre los hombres y sus relaciones, el inconsciente es como la zona depuesta, o provisoriamente depuesta, con el Edipo a nivel del individuo. Así se ve al lenguaje como una especie de red, el deseo se localiza en él, o él localiza formas de deseo. El lenguaje está "esperando para señalarnos nuestros lugares dentro de él."
Eagleton examina la importancia del psicoanálisis en relación a una obra: Hijos y amantes, de D. H. Lawrence, "novela profundamente edipal". Lawrence no conocía profundamente a Freud "hecho que podría considerarse como notable e independiente confirmación de la doctrina freudiana", según Eagleton. En el fondo, Freud fue una especie de novelista que erró la forma discursiva, se preguntará alguien. Y no: fue lo que fue, ante todo escribía, como todos los que siguieron al descubrimiento de la escritura. Es cierto que sería menos atacable si así hubiese sido, es decir un novelista. 
Siguiendo esta línea de reflexión, Eagleton pone en duda la interpretación "humana", preferible en cierta crítica literaria, por sobre la psicoanalítica u otras de otro tipo, en tanto que no se sabe bien qué es una "interpretación humana" de una obra literaria y concluye que aunque, una interpretación reducida a lo psicoanalítico aunque constituya sí un marco teórico porque el psicoanálisis se ha sistematizado porque personas se han nucleado en torno de él, lo que importa es la interpretación “análisis de contenido”; de algún modo Eagleton parece intuir que toda interpretación es “análisis de contenido” porque para una persona cualquiera, sea cual sea su formación, a partir de ésta procede siempre a volver contenido todo y termina por hacer “análisis de contenido”. (Ese es el dato que nos interesa del análisis que hace Eagleton de la novela en cuestión) La conclusión es básica en teoría literaria: la obra toda por sobre la intensión del autor, incluso la idea de que la obra ni siquiera es lo que se crea lo mejor de ella, la estructura, los personajes, el manejo del los tiempos compuestos, etc. 

Eagleton divide la crítica literaria psicoanalítica en cuatro según su objeto (o lo que les importa): autor, contenido, forma y lector. Y alega que la mayoría de la crítica psicoanalítica literaria propende a los dos primeros casos, las más limitadas. El primero estudia la "intención autoral", la otra las motivaciones inconscientes de los personajes. El mismo Freud tendió a esos dos tipos (el ensayo sobre Leonardo, o Gradiva, la novela de Wilhelm Jensen). Pero Eagleton, aunque no está de acuerdo con la definición de arte de Freud como neurosis (¿preferiría sublimación?), entiende que a través del arte se llega al “placer anterior”, y sí ve en Freud un interés por la parte formal del arte, como por ejemplo cuando analiza el chiste. La relación formal del chiste con las artes es que interviene la conciencia a través de la aplicación estudiosa del artista, (esto lo diferencia del sueño) pero se toca con definiciones de otros autores según las cuales el arte sería un "sueño dirigido" o algo así, apelativo que resulta enfático o redundante. La llamada "revisión secundaria" que refiere Eagleton como elaboración característica que opera el sueño a partir de contenidos latentes también echa luz —hay que decir que Eagleton dice que La interpretación de los sueños es la obra maestra de Freud—: se dice que los sueños no se interpretan, lo que es cierto porque supondría un transcendentalismo, pero que actúan como cualquier otra cosa que produce un nuevo significado sí es dable. Lo cierto es que la palabra desencriptación no es una palabra tan alejada de lo que se intenta decir cuando se dice "lectura de una obra", "comprensión", etc. 
Eagleton, sin más, compara su labor de teórico a esta acción secundaria. Y más aún, permite que se desplace la noción inobservable de la enunciación antes referida, ese no lugar, como la obra literaria misma "la obra literaria no como reflejo sino como forma de producción." Así, extensivamente todo es una forma de producción pero sucede tan lento o sucede tan rápido que presenta las características de la enunciación, su insujetabilidad. La condición del artista al producir es la misma que la del capricho: no es que sepa bien lo que quiera expresar, no es que tiene planeado decir algo, que lo tiene muy elaborado: el artista procede con una revisión secundaria como la del sueño, una elaboración onírica (sin importar que tenga o no conciencia de que está elaborando algo totalmente único, independientemente de si lo que hace será o no revolucionario): "Igual que el texto del sueño, también la obra literaria puede ser analizada, descifrada y desarmada con procedimientos que muestran algo de los procesos que intervinieron en su producción" (Eagleton). Las obras de arte, en general, pueden verse como el arte de hacer nudos, el desanudamiento de la misma es el trabajo de la lectura, o dicho de otra forma: las obras son encriptaciones que esperan a un descifrador sin que por ello se alcance su ser, esencia, su "corazón imposible", como diría Pizarnik. Para dar un ejemplo, la insujetable enunciación que se da en la producción de un escritor tal como la catacresis, o el relato intradiegético, entre otros tecnicismos de la teoría literaria, es una producción que cristaliza en el crítico literario al otorgarles esos nombres a veces incómodos. Según Eagleton el psicoanálisis parece hacer algo parecido a la teoría literaria: el primero busca en el sueño lugares "sintomáticos" los que se manifiestan "en deformaciones, ambigüedades, ausencias y supresiones que pueden proporcionar un modo de acceso de valor especial al 'contenido latente'". La crítica literaria —hay que decir que todo lector de literatura es un crítico literario, ya que escoge y discierne— pone atención en elementos del mismo tipo que en el sueño ahora en la obra: intenta dar una suerte de unidad a aquello que observa como sintomático o ilegible, una unidad que no lleva a ningún centro de la obra, pero que el contacto con ella promueve. Eagleton habla de un “subtexto” de la obra, pero realmente es una especie de segundo texto resultante del estallido entre el texto de la obra y el de lector (el lector-texto) algo que mejor describe Deleuze o Barthes cuando describen la noción de sentido.
Eagleton cita al crítico Norman N. Holland, quien dice que la obra literaria tiene básicamente una acción terapéutica (lo que lo acerca a la noción wittgensteiniana de filosofía, y por lo que tenderíamos a decir que leer sería como filosofar) donde la obra es otro nicho social que permite en el lector desatar sus deseos inconscientes bajo un marco de legalidad (alivio). Volviendo al asunto de la terapia confesional referida arriba, la célebre obra de Leopoldo Alas "Clarín" La Regenta sería un ejemplo de producción narrativa extraordinaria en dicha acción confesional. 
A Eagleton, por otra parte, le llama la atención que la literatura moderna descripta básicamente como destructora del sentido y la estabilidad promueva una acción terapéutica, a lo que habría que oponer que si se practica es porque de suyo ya proporciona la mentada acción terapéutica. 
Luego habla de dos críticos literarios norteamericanos "muy diferentes entre sí, ambos en deuda con Freud, son Kenneth Burke y Harold Bloom" La consideración de Bloom parece interesarle más, y parece más interesante. "Lo que en realidad hace Bloom es reescribir la historia literaria en función del complejo de Edipo." Básicamente su consideración de la teoría de Bloom sería la siguiente: el poeta trabaja el fenómeno de la influencia "encerrado en una rivalidad edipal con su castrante 'precursor'". Valga decir que lo que importa aquí no es tanto la valoración negativa de "rivalidad" para con el precursor, cuando se iría incluso a creer que se refuta dicha apreciación diciendo que se "admira" al precursor: lo que importa es la relación, lo dado; la rivalidad edipal referida, muestra el componente fatal de esta relación "temporal" o "histórica". Eagleton lo dice así: "Todo poeta está 'atrasado', es el último de una tradición", y así: "Cualquier poema, a decir verdad, no pasa de labor de zapa, de una serie de recursos que pueden considerarse como estrategias retóricas y como mecanismos de defensa psicoanalíticos para desbaratar y superar otro poema." Para Eagleton: "Bloom ha defendido el valor de la 'voz' poética individual y del genio contra sus colegas partidarios de Derrida (Hartman, De Man, Hillis Miller) en Yale." Este elemento es central en el análisis literario de Eagleton, primero porque se pone del lado Bloom y no del de Derrida, segundo porque puede trasuntar una división actual entre la visión que los lectores tienen de la literatura. Cita encomillada una afirmación muy perspicaz de Bloom que parece ir hacia la personalidad misma de Derrida: “sereno nihilismo lingüístico”. Aquí Eagleton no dice algo interesante, parece como cooptado por la vieja estructura, que le hace decir que la influencia de Derrida, sobre todo en la figura de Bloom, ha sido "perniciosa" (básicamente aquí Eagleton es propagandístico). 
Eagleton concluye con una precisión sobre el fenómeno de narración; da el ejemplo de un dato biográfico de Freud: "Una vez que Freud observaba a su nieto jugando en su cochecito, vio que arrojaba un juguete fuera del cochecillo y gritaba fort! (se fue), y que luego, tirando de una cuerda, lo recuperaba y gritaba da! (aquí). Este famoso juego del fort-da lo interpreta Freud en el libro Más allá del principio del placer (1920) como superación o dominio del niño ante la ausencia de su madre, pero también puede interpretarse como los primeros destellos de la forma narrativa. El fort-da quizá sea el relato más breve que pudiera uno imaginar: se pierde un objeto y a continuación se le recupera. Aun los relatos más complejos pueden interpretarse como variantes de este modelo: el patrón del relato clásico consiste en que se desbaratará un arreglo original que, al fin y al cabo, vuelve a la forma inicial." Luego, Eagleton, vuelve hacia Lacan y despliega cómo el psicoanálisis lacaniano parece mostrar que desear es decirse una narración, decirse qué cosa es la que falta hacer (en definitiva lo que se entiende como "saludable", tener proyectos, etc.) Esto recuerda la frase célebre de Homero: el "para que tengan algo que cantar", liga así a la narración el canto; contarse una historia y querer escucharla sería como cantar. Y tal idea, negado como es hoy todo trascenentalismo, es demasiado obvia, contar es cantar. En este sentido la crítica de Eagleton/Bloom contra Derrida (o la imagen que le deja éste de su obra) estaría ligada a la proclamación de la muerte de la filosofía, algo que se asocia a postulados postestructuralistas, y al hecho de que presume que la obra como la de Derrida está ligada a una especie de celebración de "algo que jamás lograremos poseer, [y por lo cual] la emoción o excitación puede hacerse intolerable y convertirse en disgusto" —todo lo cual no parecería exacto—. Es como cuando dice Miller del psicoanálisis, ahora, después de los embates recibidos, que es "subversivo, no revolucionario." La realidad social establecida se parece al estadio imaginario lacaniano, intercambiable para Eagleton por "naturalismo". Por ello éste, contrapone los dramas de Shaw a los de Brecht, inclinándose a los de este último para hacer notar que Brecht maneja ciertas técnicas que muestran el llamado "'efecto enajenante') para convertir en inquietantemente desconocidos los aspectos menos indiscutibles de la realidad social, y hacer que el público tenga de ellos una nueva conciencia crítica." Muestra así Brecht lo atados que estamos a una "ilusión ideológica", la de esa naturalidad. En el caso de feministas como Julia Kristeva, influida por Lacan, Eagleton detiene su atención en que ésta opone a lo simbólico, más que lo imaginario, lo que ella denomina lo "semiótico". El análisis de ese nuevo, por así decirlo, "registro", promueve ver en el lenguaje, en el Otro, residuos de la fase preedípica, y de alguna manera valorar ese dato. Si Eagleton no lo ha detectado aún (al menos en este ensayo suyo) ese plano semiótico de Kristeva esta prefigurado en el sinthome lacaniano (ya que analizado en Joyce, el sinthome sería otro registro alterno a los tres conocidos). El lenguaje normalizaría, incluso disolvería hasta lo que puede lo semiótico. Según Eagleton: "Lo semiótico es el 'otro' del lenguaje, pero íntimamente entrelazado a él." Eagleton, con buena intuición, detecta que, como en el caso de Joyce, lo semiótico o el sinthome tiene textura en poetas simbolistas franceses; incluso si observamos la bravata de Joyce hacia el establishment literario, según la cual Joyce habla y se regodea en pensar que su obra llevará años a los críticos en su interpretación, esta bravata encierra, más allá de su violencia, la consideración de Kristeva, de Lacan o Brecht, incluso la idea triunfal de que los críticos deberán adaptarse a la obra para así hacer su crítica literaria. Básicamente actúan sobre la solidificación de las oposiciones binarias de las que uno de los que más habló, curiosamente, y en esos términos, fue Derrida, y de allí que les resulte complejo. Así, Eagleton cita dos ejemplos, Joyce y Woolf, como narradores semióticos. En Kristeva, Eagleton nota que hay otras feministas que menosprecian sus postulados, pero para Eagleton "lo semiótico no es una alternativa opuesta al orden simbólico, un lenguaje que podría emplearse en vez del discurso normal es, más bien, un proceso dentro de nuestros signo-sistemas convencionales que cuestiona y traspasa sus límites" y "En contraste con este criterio [Kristeva], para Brecht el desmantelamiento de nuestra supuesta identidad a través del arte no puede separarse de la práctica que produce una clase de sujeto humano completamente nueva".
Para finalizar, Eagleton hace mención de una crítica a la enseñanza de literatura en la Universidad, crítica presente ya en Lacan e incluso en cierto Barthes: "Muchos cursos universitarios de literatura parecen concebidos para evitar que se alcance ese gusto, ese placer." Allí Eagleton critica a "los puritanos de Cambridge que hablan desangeladamente de 'seriedad moral' y los hidalgos oxfordianos a quienes George Eliot les parece 'divertido'" y refiere que el psicoanálisis proporciona una teoría del placer. Por ello rescata el libro de Freud: Psicopatología de la vida cotidiana puesto que no le parece inútil preguntarse por qué "una sociedad soporte la represión y el aplazamiento (...) hombres y mujeres a veces están preparados para padecer opresión e indignidades, y conocer, asimismo, los límites probables de esa sumisión (...) la mayoría de la gente prefiere a John Keats y no a Leigh Hunt" Aquí la posición es problemática: si bien son vistosas las teorías que intentan hablar del placer, como en Barthes, quien recava en el psicoanálisis, el placer, como en el caso criticado por Eagleton sobre los textos modernistas anglosajones e incluso el mismo Derrida, recae sobre la definición misma de inconsciente, una elipsis, una especie de espejo cuya imagen es inasequible y cuya traducción es traslativa y mutativa: aquí, por ende, se cae en la simple sentencia que reza, más o menos: "nuestras aversiones de hoy son nuestros gustos de mañana" cambiable a "nuestros displaceres de hoy son nuestros placeres de mañana", etc.