Algún Hume, en Schopenhauer








Hasta este serio pensador nadie había dudado de lo siguiente. Lo primero y anterior a todas las cosas del cielo y de la tierra es el principio de razón suficiente, a saber, como ley de la causalidad. Pues es una veritas aeterna, es decir, en sí y de por sí se halla por encima de dioses y destino. Todo lo demás, en cambio, por ejemplo el entendimiento que piensa el principio de razón, y que sean las causas de este mundo, como átomos, movimiento, un creador, etc., lo es en primer lugar en medida y gracia a él. Hume fue el primero a quien se le ocurrió preguntar de dónde le viene esta autoridad suya a la ley de la causalidad y en exigir sus credenciales. Ya se conoce su resultado de que la causalidad no es ni más ni menos que el orden cronológico de las cosas y circunstancias, percibido empíricamente y hecho ya algo habitual para nosotros. Cada uno tampoco es difícil de refutarlo. El único mérito estaba en la pregunta en sí: ella fue el incentivo y el punto de partida para los profundos análisis de Kant y de esta suerte para un idealismo más hondo y fundamental que el que figuraba hasta entonces, cuyo principal exponente había sido el idealismo de Berkeley; para el idealismo trascendental, del que nos brota la convicción de que el mundo es tan dependiente de nosotros en conjunto como lo somos nosotros de él individualmente. Pues al demostrar los principios trascendentales como tales, gracias a los cuales podemos determinar a priori, es decir, con anterioridad a toda experiencia, algo sobre los objetos y su posibilidad, demostró que estas cosas no pueden existir independientemente de nuestro conocimiento, tal como se nos presentan. Resalta, así, el parentesco de ese mundo con el sueño.



Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente
Traducción de Vicente Roman García
Ed. Aguilar.




Puntuaciones al párrafo

* El principio de razón suficiente, con ese nombre extraño, farmacéutico al decir de su empingorotada madre, es casi algún disparate por irrepresentable pero sí fabricable como una banda de Moebius, la desesperación de Pizarnik por una llave que no abre ningún candado, la idea de mirar un punto sin lograr una línea o un segmento, «El disco» de Borges, la esfera de Pascal y su relación con la n-esfera (donde lo cóncavo pudiera ser lo convexo).

* Dicho principio se reducirá a la Voluntad, no tiene qué más hacer. 

* La suposición de inferioridad del idealismo de Berkeley sobre el de Kant es, de alguna manera (aquí el lector malicia), lo que dijera Hume de Berkeley, que no nos acordamos, pero que más o menos era: no se puede decir que no a Berkeley ni se puede decir que sí. Luego tiene razón Berkeley pero que se vaya a los retiros si se queda con eso que dijo. 

* Schopenhauer encuentra que el conocimiento miente pero que es lo que tenemos; así que no tiene caso. “Hay que seguir”, dijo el gaucho.

* Schopenhauer se adelanta a Freud como viera Sebreli —salvo que éste es probable que esté citando a alguien ya que es un citador profesional, un yuxtaponedor—: todo es sueño, pero Schopenhauer dice lo que Calderón (además le gustaba) y lo que Shakespeare.