Borges y las alguerías







Es el tiempo en que cagarse a balazos 
es cagarse a bolazos.




Uno de los apretados ensayos que más suelen gustar de Borges es “De las alegorías a las novelas”. Se puede intentar deconstruir tal ensayo siempre y cuando se deje un resto insignificante. “Insignificante” no quiere decir “usted es idiota, no entiende de lo que trata el ensayo” sino “eso que ahí dice no dice nada, ya lo dirá, léase otra cosas mientras tanto y cuando vuelva sobre él, se lo dirá”.

Primero el título: De las alegorías a las novelas. Borges no menciona a Bajtin, teórico que contiene más extendidamente esta teoría. No obstante sí menciona a Croce, entre otros. 
Podemos mencionar a Donald Davidson si Borges menciona a Erígena (sendas teorías merecen atención). 

La idea aquí es que la alegoría es una suerte de juicio analítico (incluido) que pasa por ser sintético (que trata de decir algo más, pero que la verdad no, no dice nada). 

Si se dice que la alegoría es un error de la estética, como principia el ensayo, el aforismo que lo enuncia también, así que la alegoría no es un error de la estética. La historia se reduce a la frase de Wittgenstein: donde pone “una proposición no puede referirse a otra proposición”, decimos, “un momento histórico no puede referirse a otro”.


Y si es un error de la estética para Borges en el momento de escribir este ensayo, es una falta de delicadeza. 
¿Qué es una falta de delicadeza para un esteta como Borges? Una guerra de migas de pan. 

Aquí Borges no habla de Lichtenberg tampoco, quien dijo que los prólogos eran pararrayos, ni tampoco de los títulos con los cuales muchos textos modernos no hacen más que alegorizar. ¿Por qué la relación con los prólogos? Porque las alegorías son prolegómenos de la novela. 

Mencionamos a Croce porque Borges dice adherir a la falta de gusto de la alegoría por aquél sancionada. Croce identifica alegoría a símbolo. Decir que Virgilio es la razón y que Beatriz es la fe en el transcurso de unos cuantos versos dantescos, para Croce, no va. Es irrespetar la individualidad de esas dos palabras. Nada de freudismos: la fauna es fauna y la flora flora. 

Entre Croce y Chesterton, Croce parece un denunciante de pseudoestética. Para Borges la alegoría pudiera tener razón de ser en la insuficiencia del lenguaje, actuando como actúa la música y la arquitectura. “[La alegoría] está formada de palabras pero no es un lenguaje del lenguaje” (Borges). Pero sí es un lenguaje del lenguaje también, sólo que no lo sabe. ¿Qué es no saberlo? Seguir siendo alegoría. 

En este artículo está el mejor de los párrafos para los creyentes de Borges: es la división de los hombres en aristotélicos y platónicos, una división hecha por Coleridge. 

Siempre las mejores teorías de Borges son de otros y eso camina al lado de cómo la timidez del Borges “real” es la petulancia del Borges “escrito”.

Pero lo cierto aquí es que las ideas son tan reales que no es por ellas sino que decimos que ellas son generalizaciones. Así que no hay platónicos allá y aristotélicos acullá. No se puede rematar a Platón, bien parece, no. 
Borges ensaya la lista maniquea, a la que agregamos caprichosos opuestos, logrando la enumeración caótica que caracteriza al escritor argentino, por ejemplo, vaya caso, en el poema “Las cosas”:







No hay capricho. Usted puede agregar otros pares. El ensayo del escritor argentino pervive más allá de lo que dice, pervive por su resonancia, por su estilo: el lenguaje sirve ahora para fantasear, no dice lo que dice: la literatura es cada vez menos prospectiva, instructiva. Pero Borges hoy está muriendo, como “quería” Gombrowicz. Su adjetivación ha sido otrora destacadísima pero sin embargo cuando tiene que adjetivar lo que es la realidad para los aristotélicos dice “conocimiento parcial”. Notamos muchos de esto ripios. 

Borges está muriendo. 

Su adjetivación es, siguiendo su teoría —como hiciera Sebreli a su vez con su teoría de precursorías—, defectuosa, un error estético. Agregados los otros pares opuestos que hemos agregado, a tono con la clasificación de “El idioma analítico de John Wilkins” (recuérdese: “animales que se agitan como locos”, etc.) lo que advertimos es que la idea más universal del hombre que se pueda tener es la de buscarse qué combatir. Es mentira que cuando se alcanza una edad madura, uno se calma, como dice W. Allen: el combate de esa calma no se puede medir más que con una falacia, es decir una comparación. 

Entonces es fácil decir el leit motiv de hoy: el arte se adelanta a la realidad, o: el arte le avisa a la realidad lo que se viene, cosa que se vaya preparando, todo ello siguiendo otro leit motiv: lo más característico del hombre es la pereza. Avisar de “avivar”, y de “desperezar”.

La alegoría, dice Borges, es fábula de abstracciones, y la novela lo es de individuos. Usted puede girar o desacomodar esa afirmación “sentenciosa” tan característica de Borges y decirla al revés —incluso Borges mismo ya lo está maliciando—: la alegoría es fábula de individuos y la novela lo es de abstracciones.
En este ensayo también encontramos una frase que es deleuziana (sin ella darse cuenta), reza: “Los individuos que los novelistas proponen aspiran a genéricos”;

¿Cómo lo diría, a su vez, Deleuze?: “Una línea de fuga deviene agenciamiento”

¿Cómo se lo diría, a su vez, en marketing?:
“El libro se agotó, se habrá de invertir en otra tirada”