Gombrowicz en Rússovich








Alejandro Rússovich, uno de los acólitos más antiguos de Gombrowicz, ruso, como le decían, revisa personalidad, obra y obsesiones del escritor polaco en una charla: ¿Quién es Witold Gombrowicz?

Destaca varios maestros, pero el que reviste más interés es Schopenhauer porque con éste Gombrowicz compartía su obsesión por la mismidad e ipseidad. Según Rússovich, G. asumió la Voluntad como algo que está por sobre el intelecto. En definitiva, el asunto de la mismidad y la Voluntad, como se sabe, se unen en Schopenhauer. Básicamente lo que deduce más o menos bien Gombrowicz en su obra es que no queda otra cosa que ser uno mismo debido a que no se puede ser nadie, o bien: lo único que es igual a sí mismo es lo que no es igual a sí mismo, etc.  

Rússovich copia y comenta también fragmentos inéditos de una revista marginal del escritor polaco, Aurora, que sólo salió una vez, en la década de 1940, donde hay una especie de manifiesto, más malo que entusiasta; allí decía cosas como la siguiente: "... se sabe que Borges publicará un nuevo libro de altos quilates, Capdevila un volumen de romances y Larreta una manzana". Gombrowicz unía en una bolsa a esos tres escritores, considerándolos no sin acierto "meras abstracciones, capacitadas fábricas". En Borges, más acá de los otros dos, el elemento retórico y decimonónico está, aunque transfigurado. Y es que Gombrowicz tenía dos ideas raras: el que los escritores deben escribir para el pueblo y no al revés (los lectores deben leer los escritores) y que es posible escribir mejor porque se puede estar más cerca de la "realidad". Su mirada, apresurada, de Borges lo hace decir que la gente no es "asirio-babilónica" como Borges. Apresurada porque Rússovich destaca que G. habría leído "a consciencia" a Borges a su regreso a Europa y se había interesado mucho por la obra, especialmente por "La muerte y la brújula".
Es sabido que Deleuze gustó de Gombrowicz. Hay tres conceptos —y hasta términos, se diría— en este aporte de Rússovich que casi calca el filósofo francés: la noción de inmadurez en Gombrowicz esconde la importancia de que se ha de ser analfabeto en la creación; en segunda medida la noción que casa con la mismidad y la Voluntad, arriba referidas, de que somos "un entre". A este respecto Rússovich cuenta que ya había leído literalmente este "entre" en ¿Qué es el hombre? de Martin Buber, muy evidentemente, y que le había agenciado el libro a Gombrowicz, el que, por ello entusiasmado, escribió una carta a Buber mandándole un ejemplar de su obra de teatro El casamiento que le hace contestar a su vez a Buber que le gusta más que Pirandello. 
El tercer concepto y término que Deleuze parece calcar de Gombrowicz pertenece a la economía-política y se estiliza hacia la filosofía: lo subdesarrollado (sic) y su potencial por esta condición.
Rússovich menciona además los avisos en forma de chistes que G. ponía en la revista mencionada, muchos de ellos reflejando su insistencia con los perros: "Un perro amarillo fofo y blanco", entre otros. 
Los chistes de G. tienen que ser lo que más fácilmente ha venido a desuso de su obra: si bien tienden al absurdo, lo que los salva en algún punto, son todavía demasiado conscientes, como ya advirtió Freud. Hoy en día el chiste está localizado en la vida misma, como si esta fuera una burla.
Por otro lado, y con respecto a los escritores a los que se refiere irónicamente, no se puede decir que G. es un escritor que "tenga" una idea de ellos, ejercicio lúdico por él realizado que parece un acierto. Cuando hubiera ataques, estos nunca tienden a abandonar el gesto simpático; Gombrowicz era ácido pero no taxativo o calamitoso, estos ataques no pueden verse casi nunca como resentimiento y esto está ligado a que G. se quería mucho a sí mismo a pesar de la mediocridad que vivió tanto en el mundillo intelectual polaco como en el argentino. En el argentino, se deslindó del grupo Sur y, no curiosamente, el poeta Carlos Mastronardi, propenso a divertirse con personas fenómenos, fue uno de los pocos que aún militando con Sur se relacionó con él. G. tenía una idea no del todo agresiva hacia Victoria Ocampo "... una sudamericana —un cactus en maceta—". Lo que no le gustaba del grupo no cuadra del todo, pero le sirve para su obra. En definitiva es muy seguro que Ocampo no tuviera tan presente, como si G., que la  inmadurez sudamericana y la madurez europea era un tópico "gastado". Pero las referencias a Borges que tuvo fueron agudas hasta cuando se lo cruzó en la calle e informado de que se trataba de esa momia precoz —puesto que Borges ya en los treinta es reconocido entre sus pares—, le grita intempestivamente "¡Aquí Gombrowicz!" haciendo temblar un poco al otro.

Según Rússovich el tema de la obra de G. es "la forma", palabra vaga. De ahí que considerara al yo un abismo, aunque después viniera el psicoanálisis a decir que ni el yo es un abismo, sino otra cosa. La agudeza de Gombrowicz, no obstante, se ve en este tipo de apreciaciones: le parecía curioso que todo fuera accesible (aún lo fantástico) y no el yo, su yo. Ese yo, en G., tiene más la influencia de Schopenhauer y Sartre, incluso de la fenomenología, que de la filosofía oriental o estructural. También es aguda la salvedad que hace sobre la juventud ya que no quiere referirse a la idea de la juventud real, sino al abismo que hay detrás de ese idilio que la juventud real —hasta por él elogiada— emana, como un eterno crear que no puede sino referirse a la madurez y que incluso está en la misma madurez y la decadencia. La juventud, esta de G., sólo se refiere a sí misma. Es una entidad metafísica.
Rússovich da un retrato del G. oral: "Sus ademanes cortantes, nítidamente perfilados, su voz de inflexiones marcadas, su timbre perentorio, irónico, levemente nasal, era piezas diseñadas para el juego..."
Su molestia con los tres ejemplares referidos importa más que a su deleite y trabajo de "acentuación de la convencionalidad del signo" a su malquerencia para con los ídolos —protoformas de todo los nacionalismos—, ya que, según él, los ídolos son de la materia de que están hechos los que los idolatran y eso constituye una "estúpida seriedad" con que los segundos se adoran a sí mismos.







Bibliografía
¿Quién es Witold Gombrowicz?, Revista del ensayo negro, 1994.