Tubau y lo digital










Todos saben que lo que está sucediendo, lo que llaman "el momento", no tiene forma de definirse. En la noción de Deleuze esto sería sentido-acontecimiento, con lo que quiere referir ahí que eso es de alguna manera una situación preadánica, es decir: anterior a los nombres de las cosas. 
Cuando se quiere referir la "naturaleza" de algo, aquello que lo hace ser lo que es, se pretende querer decir con ello que la naturaleza de algo es lo "sustancial". Y tal es, precisamente, lo contrario: lo "contingente", lo "incidental", lo "accidental".
Estas son las preguntas -y por ello luego consigue certezas-conclusiones que le surgen a Daniel Tubau. Como se dijo del  Tractatus (y no sólo en él) de Wittgenstein: había que expurgarlo de nociones metafísicas. ¿Pero era esto posible? Si por ejemplo Wittgenstein quería formar una noción de lo que no era el "mundo" debía tomar de sus lecturas su noción de "mundo". 
Es por lo contingente que se define algo, por lo que lo rodea. Y este es el lastre con el que debe habérselas el que recurre al texto. Por ejemplo si Tubau se inclinará finalmente por entender que el mundo de la computación es analógico y no digital, se inclinará por decir que es interactivo. Este momento histórico que se está viviendo no tiene nombre -y se puede leer con dilogía-equívoco, incluso tal vez sea recomendable, lo cual muestra que se está diciendo lo mismo-: es desde este punto desde donde podemos poner nombre a la Edad Media, la Modernidad, etc. y el instante, el ahora, es el momento del asombro (o tendrá que decirse que es simplemente el asombro): sucedió algo que no tiene nombre, reza la expresión, sucedió el asombro. Sucede se dice, en realidad. Lo que queremos decir con que la dilogía dice lo mismo, a diferencia de como se cree que dice cosas contrarias: decir "eso no tiene nombre" es lo mismo que decir "me asombra" o mejor aún: "se asombra", intransitivamente, ya que esa acción no corresponde a nada que exista. La conclusión a todo este rodeo es que el asombro piensa, con la voz de Lichtenberg. 

¿Pero qué dice Tubau para merodear esta conclusión?
Lo dice con su cultura -tiene considerables conocimientos de la filosofía de la ciencia e incluso de la ciencia, tal parece-, un discernimiento taxonómico: la computadora trabaja con información, la información proviene de la escritura y sus derivaciones (una de ellas fácil de presuponer es una nomenclatura, una abreviatura, un símbolo). La información puede usar diversos medios con que transferirse: así como lo puede hacer a través de un papel, lo puede hacer a través de una computadora. Pero la palabra información es también todavía metafísica. Lo es y será mientras todos la entienden. ¿Por qué no decir que la informática empezó cuando se volvió masivo el libro, cuando hubo varias copias de un mismo ejemplar? El caso de Wittgenstein es señero en el sentido de que parece haber puesto voz a lo que sucedería, por ejemplo, con la digitalización de la información. El llamado primer Wittgenstein pretendía que se expurgara el lenguaje y quedara el carozo del asunto, como si tal cosa sucediese. Eso se lo repudiaron y él a sí mismo (2do Wittgenstein). Y eso es lo que hace la digitalización de la información: expurgar.  

En suma, dejemos hablar a Tubau: la digitalización está constituida por estados discretos (que quiere decir no continuos, no participantes, a diferencia de lo que sucede en el lenguaje, donde todo es metáfora de otra cosa, ergo analógico). Lo que se pone en cuestión aquí es la precisión de la transmisión, de la copia, en otras palabras, la busca de anular la interpretación. Lo digital hace eso. Lo intenta y lo intenta bien. Anula la interpretación, o en otras palabras: fabrica la predicción como un hecho. ¿Cómo lo hace? Lo digital economiza medios: la vieja ley de hacer más con menos. Así, usa valores como unos y ceros "(1/0)", abierto y cerrado, encendido y apagado (el famoso on-off). Pero Tubau deja en claro que lo digital es la forma general que abarca distintos códigos: uno de ellos es el binario que suele ser el más usado por el mundo digital a que estamos acostumbrados. Como especie del soporte digital, junto al código binario, está el decimal con el que se forma esa tontería que es un número de n cifras, combinación de guarismos, es decir del cero al nueve (0-9); y hay otros códigos también. ¿Pero para qué sirve el on-off o el 0-9 ya que devuelve la información, es decir lo analógico? En el camino entre el primer analógico y el otro analógico resultante no hay ningún ahora, ningún asombro, ninguna interpretación. La transmisión es pura. Pero no tan pura, pura sólo apenas de aquel que le da cuerda, o sea el hombre. Como se supone que entendía Lacan, lo digital no sería para nada real sino el medio de lo real. Es necesario sellar con olvido ese transcurso para que la interpretación sea menos espaciada, o sea, más continua. 
Entonces re-re-re-visamos la noción de mente y cerebro, no obviando a aquellos que suponen que la mente es una emergencia del cerebro y entendemos que la noción de mente no quiere decir nada, que toda mente es interpretación, en tanto que el cerebro si bien no es digital -ya que no lo construyó un matemático- funciona de forma parecida al soporte digital: olvida, se desactiva, para con ello poder hacer re-aparecer la interpretación. 
Por ello la noción de continuidad (lo discreto referido para lo digital) se usaría tanto para lo digital como para lo analógico: en este primer caso la mente percibe recurrencias que demuestran que en realidad las cosas que percibe se repiten, y en el caso de lo digital, la continuidad no es otra cosa que una aptitud (léase como apto, como capacidad en acto) de trasferencia rigurosa (en bloques). Con esto se pretendería que la noción de complejidad es en el soporte digital la noción de simpleza, a la manera de aquello que decía Borges en un prólogo cuando explicaba que la maduración de un escritor (su caso en especial) aleja del barroco: "la secreta complejidad". Así, los lenguajes más simples como el Morse -al que se refiere Tubau, de líneas y puntos, binario- serían más simples (más fáciles de transmitir, expurgaciones como quería Wittgenstein).
Tubau nos enseña que "No" se dice así:


-.---

Donde 

-. = N 


--- = o



Este código, que se puede aprender leyendo sobre él en Wikipedia tiene algo extraordinario según lo que cuenta Tubau: ni siquiera es de líneas y rayas, es simplemente un signo diferente a otro donde no se necesitan más signos que  dos: lo hacen las señales de humo de los indios con volutas grandes y pequeñas. El problema con el Morse es que es una derivación de la lengua, lo cual lo asocia a los dialectos. Entonces, vuelta al quid: lo digital es una derivación aunque, está vez, no del lenguaje. ¿De qué entonces? De los ojos. Del sentido de la vista. Como dice Wittgenstein si hay una de las matemáticas que no se equivoca esa es la geometría. La geometría es una abstracción de las formas que vemos gracias al ojo. De un cuadrado recortamos una línea, de una línea un punto, etc., incluso los vemos a ambos con independencia. Si una línea es curva es porque hemos visto una pelota, el iris de una rubia o la luna que se hace, curiosamente, la solitaria. Pero el ojo no es ninguna divinidad, ni siquiera porque se pretenda que sea el sentido más desarrollado, de modo que lo que vemos a través de él entonces y en consecuencia no merece más que su aceptación. 
Es aquí cuando Tubau enlaza la noción de McLuhan "El medio es el mensaje" para decir que a lo digital no le importa el medio sino el mensaje: transmitir el mensaje. De manera que el mensaje es una orden, la repetición más lograda del primer valor. Como un sueño realizado del fascismo mismo ¿o no? De manera que cuando Tubau dice que a lo digital sólo le importa el mensaje, que tenga consecución el mensaje podemos concluir-ensayar lo siguiente: la noción clásica de mensaje retoma su camino, regresa intentando decir lo que decía antes, esto es, aquella reyerta tan estrecha que en el fondo aprisionaba un tesoro antropológico según la cual se decía que la palabra es la cosa, pero con la salvedad de que ahora la cosa no es la palabra, sino el medio. El ejemplo del hundimiento del Titanic que da Tubau es ilustrativo: "El Titanic lanzó cohetes pidiendo ayuda, pero el capitán del Californian los interpretó como algo casual. Con una lámpara de destellos, deletreó una pregunta en código Morse. El Titanic no respondió, de modo que el capitán se volvió a acostar." Agrega Tubau que la señal, esa serie convenida de signos emitidos, no se "interpretó como un mensaje". Había por ende todavía que interpretar el mensaje. 
El ejemplo del Titanic remonta el cause actualmente tan desarrollado de la seguridad. En dicha disciplina es importante que el mensaje posea lo que se llama en semiótica la mayor "densidad sémica" posible, lo que justamente no sucedió en este intercambio fallido entre uno y otro barco. Otra forma de explorar esto que sucedió tal vez sea con la noción de insignificancia (Barthes)*, según la cual la emisión de signos resulta, por x motivo, sepultada. Pero en el caso referido del Titanic el problema es a la inversa de lo que dice Tubau: fue porque hubo interpretación (o mejor, margen de interpretación) que el intercambio fue fallido. Como la frase de Kafka en el relato La colonia penitenciaria ("una orden no se discute"): un posible éxito de que se evitara la mortandad del Titanic era que no hubiese intercambio, como muestra ese ir y venir de signos emitidos entre uno y otro barco, esa charla de locos. 
De modo que el problema cabal aquí parece ser con el que termina Tubau su artículo, resumido en la pregunta "qué es pensar". Un termostato, como ejemplifica, no piensa, y cómo dijimos más arriba un cerebro tampoco piensa -a pesar de que Tubau usa la metonimia de cerebro (en lugar de) a mente-. El pensamiento, como sabe Tubau, es analógico porque su accionar es el ejercicio de relación entre una entidad x -v. gr. cualquier forma de vida- y un medio x. Aquí es cuando cobra importancia el ejemplo que da Tubau sobre computadoras construidas para un efectivo funcionamiento en lugares como el agua y el espacio, en este último caso, insensibles a las influencias cósmicas: deben tener un soporte (medio que se acondicione al medio, por el que resistan al medio); serán entonces, por ejemplo, en vez de electrónicas, mecánicas.
Teniendo en cuenta la definición de máquina de Reuleaux que Tubau da y elogia (“una combinación de partes resistentes, cada una de las cuales se especializa en una función y todas operan bajo el control humano, para utilizar la energía y realizar trabajos”) lo que se entiende por máquina no debiera acotarse al ser humano, sólo basta identificar su tipicidad. Los seres vivos, por decir algo, un pulpo -Tubau utiliza el ejemplo de la esponja-, poseen una auténtica maquinaria en sus tentáculos. Sin más, el caso de suponer que los animales o seres vivos tienen determinados sentidos y no otros innombrables -pensemos en el murciélago- es un vicio del carácter analógico del lenguaje. ¿Es acaso adjetivable también que se diga que el oído de la serpiente es detectar las vibraciones del suelo? ¿No entristece que una serpiente no haya nunca podido conocer la 7ma de Beethoven o Nevermind de Nirvana? Importante es tal vez el hecho de que la mayoría tienen una relación con el suelo como pocos otros seres vivos la tienen, con las excepciones que haya, como ser aquella la que salta de rama en rama.  
Como dice Tubau, se intenta ya fabricar computadores con chips en base ya no a silicio sino con garrapatas. Computadoras cuánticas y-o bioquímicas. 
Finalmente, y retomando el principio, Tubau se pregunta cómo podemos llamar a este mundo de la computación. Es precisamente por los tropos que se le llama "informática", "interactividad", "multimediación", "telecomunicación", "virtualidad". Se desplaza la palabra a otras palabras. 





* Barthes habla de la significancia y de ahí -no recordamos bien- de insignificancia,  que es claramente usado para contrariar a la noción conocida de insignificante o sea no significativo. La significancia es algo así como la imposibilidad de cristalizar el sentido de lo que se lee, la incapacidad de la literalidad.  






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